Un Museo en París
NADIE HABÍA LEVANTADO EL DEDO para osar suceder a Rafa Nadal en el reinado de la tierra batida hasta que apareció
Dominic Thiem. Quizá un día el austríaco sea campeón de Roland Garros como se asegura, pero eso sucederá cuando el mallorquín lo decida. Thiem, primerizo en una final, amenazaba con un plan y el campeonísimo fue rebajando su audacia por mentalidad, concentración y desgaste. Una victoria nada rutinaria pese a lo que pueda parecer, porque nada es rutinario en alguien que basa su legendaria carrera de éxitos en el sacrificio, la humildad, el respeto y los valores humanos. París es el museo de los triunfos para Nadal. Además de mantenerse como número uno mundial, sumó su 11º Roland Garros y su 17º torneo de Grand Slam. Una bestialidad sostenida que habla de un deportista descomunal que ha modelado su cuerpo para ganar y ha roto los límites de una dura disciplina con una vida en activo limitada. Ante varias generaciones de aficionados, los once Roland Garros de
Nadal son hoy una gesta titánica ante la heroicidad que suponía él éxito de Sergi,
Moyá, Costa, Ferrero o Arantxa. ES INEVITABLE FROTARSE LOS OJOS ante el impresionante carrerón del manacorí. Si tenistas como McEnroe, Borg o Sampras fueron admirados por sus hazañas y la llegada de un héroe imbatible se veía imposible, Nadal ha roto los pronósticos con su continua competitividad. No solo Rafa, porque nada sería lo mismo sin que Federer haya coincidido en la misma generación de
Nadal. Uno y otro han retroalimentado su competencia y han logrado a sus 36 y 32 años que su rivalidad se prolongue admirablemente. El marcador entre ambos está 20 a 17, lo que hace suponer que el balear está en camino de atrapar al suizo. En ello está el coleccionista que cada año enciende las luces de París