No es cuestión del estilo, sino de cómo se interpreta
No. No es día para tirar balones fuera ni para buscar coartadas con sabor a tópico. Ni siquiera se debería incidir demasiado, más bien lo justo, en la recurrida mala suerte de los penaltis por el azar intrínseco que estas tandas llevan dentro. Y tampoco sería justo culpabilizar únicamente de la derrota al caprichoso VAR que no consideró penalti el claro agarrón a Piqué. Criticable decisión que viene a enturbiar la vara de medir de estos jueces de sillón cuando el anfitrión está en juego.
No. Hoy es un día para afrontar responsabilidades y reconocer los errores propios, culpables directos del mal partido de ayer y de los anteriores. Errores a nivel colectivo y errores a nivel individual. Cuando en un Mundial sólo se gana un partido ante Irán en el último minuto es que obligatoriamente se han cometido fallos.
Es el momento de analizar simplemente la realidad y el por qué España no fue capaz de marcar un gol a Rusia en 120 minutos de juego. Y aunque tiempo habrá también para análisis más profundos sobre el estilo y la forma de jugar del equipo, convendría no querer enterrar desde ya una manera de entender el juego que tanto prestigio le ha dado a esta selección.
España jugó ayer mal. Tan mal como ante Irán y Marruecos. No supo interpretar su estilo de posesión y ocupación del campo contrario. No es una temeridad escribir que comenzó a perder el partido cuando Ignashevich remató contra su portería.
En lugar de aprovechar el regalo para buscar el segundo y encarrilar el partido cuanto antes, comenzó a especular con pases horizontales tan intrascendentes como engañosos, de esos que sólo valen para engordar las estadísticas de la posesión y para absolutamente nada más. España pasó de tener el balón con intención a tenerlo por inercia y según avanzaban los minutos en posiciones más retrasadas y muertas.
España desperdició su momento y no lo volvió a encontrar. Ni antes ni después del 1-1. Faltó confianza, seguridad. Toques, muchos, pero a dos metros.
Sin profundidad, sin amplitud, sin velocidad en la circulación, sin remate, sin ocasiones claras… España ya no dejó de ser un equipo previsible hasta los últimos minutos, en la prórroga, cuando Rodrigo puso un punto de perpendicularidad que hizo daño a un rival lastrado en el aspecto físico. Dominaba, tenía el balón, pero no mandaba en el partido. Casi le estaba haciendo el juego a un enemigo que sólo sabía defenderse y llevaba grabada en la frente la palabra penaltis