El balón ya no es tendencia
El fútbol de posesión ha dejado paso a un juego más directo y menos elaborado, los resultados lo ratifican
Se nos va. Se nos escapa el Mundial. Nos quedan dos partidos. El más deseado, la final y otro, mañana, que no lo quieren jugar ni los que lo juegan, el tercer y cuarto puesto. Seguro que después de la sobredosis recibida en estos últimos 30 días, estaremos ahora dos o tres días descolocados, pero no va a ser éste, en líneas generales, un Campeonato que nos perdure mucho en la memoria.
Ni por el juego desplegado, ni por la aparición de alguna estrella rutilante, ni por el rendimiento de las que llegaron como tal y no estuvieron a la altura esperada. Siempre se pueden rescatar detalles, momentos o situaciones, pero no veo a nadie marcharse vacaciones con un ‘compact’ resumen del Mundial de larga duración.
Concepto por concepto. No ha habido ninguna selección dominante que haya convencido por su autoridad y juego brillante. Francia, si acaso, lo ha hecho por su entereza táctica y mental y su exuberancia física. Ni siendo campeones, los aficionados galos podrán sacar pecho por el juego de sus ‘bleus’.
Ningún jugador espectacular en el más amplio sentido de la palabra. Imposible obviar la brillante regularidad de Modric y Rakitic y su mérito de haber guiado a los suyos hasta la final. Ni los detalles técnicos de Mbappé, tan impresionantes como sus arrancadas de búfalo. Tampoco se deben aparcar las influencias positivas de Griezmann y Hazard en el juego de ataque de sus respectivos equipos… pero para encontrar alguna individualidad más verdaderamente destacada hay que tirar de la sagrada memoria o consultar a la colección del Mundo Deportivo partido a partido.
Ninguna de las estrellas consagradas ha estado al nivel que se le podía y debía exigir en una cita de esta trascendencia que sucede cada cuatro años -para Qatar tendremos que esperar cuatro y medio-. Cristiano apareció el primer partido, precisamente contra España, para ir diluyendo su protagonismo mundialista según crecían las posibilidades de convertirse en el gran fichaje del verano, por todo lo que significa su marcha del Real Madrid.
Leo Messi no fue el flotador que su selección necesitaba. Lejos, muy lejos, también sus prestaciones individuales de lo que es capaz. Neymar apuntó ir de menos a más y cuando parecía que podía estar en el camino de la plenitud también se hundió con todo su equipo.
Y llegamos al juego. En este Mundial no se ha jugado bien más allá de que contra gustos de estilos y conceptos nunca debe haber disputas. Se cuentan con los dedos de una mano y sobran los partidos que hayan alcanzado la categoría de partidazos. Puede que el Bélgica-Brasil fuera el que entrara más por los ojos por el choque de estilos entre los dos equipos. En los demás, ráfagas, emoción, intensidad, suspense…
La posesión y el juego de ataque posicional han sido los grandes derrotados de Rusia 2018. No es casualidad que las selecciones que más han tenido el balón y hayan defendido hasta las últimas consecuencias su estilo, fueron las primeras eliminadas, con España y Alemania, como máximos exponentes.
Con el declive, en cuanto a resultados se refiere, de estos conceptos que habían servido para ganar los dos últimos Mundiales, 2010 y 2014, España y Alemania, la tendencia en éste ha revalorizado las transiciones más rápidas, con menos elaboración en la zona de creación y una apuesta por llegar antes, de forma más directa, a la zona de finalización. Bélgica ha sido el mejor ejemplo de este cambio de escenario.
Las primeras impresiones que apuntaban a que las fuerzas se habían equilibrado y existía más igualdad entre las selecciones, se confirmaron totalmente, pero también desde la sensación de que los ‘grandes’ no estuvieron a su nivel y los ‘menos grandes’ han logrado compensar desde un componente físico notable y un factor táctico puramente defensivo y pensar más en que no juegue el contrario que hacerlos ellos mismos. El ejemplo más meridiano de esta estrategia lo exponen Rusia y Suecia, cuartofinalistas