Bélgica ya es un equipo y Francia nunca ha dejado de serlo
El partido por el tercer y cuarto puesto ha servido para consolar a una selección belga que ha dejado de ser una suma de individualidades para convertirse en un equipo en el más amplio sentido de la palabra. Y si los jugadores son prácticamente los mismos de los últimos grandes Campeonatos, si acaso con una mayor experiencia acumulada, habrá que otorgarle al técnico Roberto Martínez el honor de ser el padre de la criatura.
Bélgica ha demostrado en este Mundial ser un colectivo que defiende bien y ataca mejor, con equilibrio entre sus líneas y un estilo de juego en el que destaca su buen manejo de las transiciones defensa-ataque, que le permite tirar contragolpes tan espectaculares como el que lanzaron ayer en la segunda parte y se zanjó con un paradón de Pickford a remate de Meunier.
Pero que a los hombres de Roberto Martínez les guste correr a los espacios con un acusado sentido de la perpendicularidad no quiere decir que desprecien el juego posicional cuando el partido lo pide y su dominio lo permite. Su principal característica es que traslada a la zona de finalización el juego combinativo que otros equipos realizan en la zona de creación. Es arriba, cerca del área contraria, donde los belgas se asocian con buen gusto en busca del gol. Lukaku espera a De Bruyne y Hazard, dos excelentes futbolistas, y llegan también los laterales por sistema.
Para conseguir la mejor clasificación mundialista en toda su historia ayer se deshizo con cierta facilidad de una Inglaterra que asoma pero no llega. Loable su intención de integrar el balón en su juego, pero tendrá que continuar trabajando para convencerse de que ese estilo más continental está hecho para sus jugadores. Su ventaja, tienen jugadores jóvenes y una buena generación en la sala de espera, pero el ‘coming home’ deberá seguir esperando.
Y si Bélgica sale del Mundial como un equipo con buen juego y competitivo, Francia entra en la final de esta tarde como un conjunto que nunca ha dejado de serlo. Francia brilla por las luminosas acciones de sus dos grandes estrellas Griezmann y M’Bappe, pero está donde están porque a su lado tiene nueve luchadores que plantearían batalla a Obelix y Asterix y su legión de galos.
Cada uno en lo suyo, Francia es el equilibrio puro en todas las zonas del campo. Desde la portería, con Lloris y sus paradas decisivas al luchador Giroud, que no ve puerta pero es el mejor socio del resto, pasando por sus dos laterales que pueden jugar de centrales, Pavard y Lucas; sus dos centrales de verdad, Varane y Umiti, que se complementan como si llevaran toda la vida jugando juntos; los dos escudos del centro del campo, Kanté-Pogba y su bombona de oxígeno particular, Matuidi.
Un once que se recita de memoria y que salta a la final con la etiqueta de favorito. Lo que no significa que a la menor complicación que tenga le dé el balón y el terreno a Croacia, para desenvolverse en las condiciones que más le gusta.