Un mito sin herederos
Juan Carlos Navarro no sólo ha sido el ídolo de muchos de los que se empezaron a aficionar al basket en las décadas recientes. Durante años se le ha recordado como el último jugador surgido de la cantera azulgrana que ha acabado consolidándose en el primer equipo. “Desde Navarro, ¿qué canterano ha llegado al primer equipo?”. El mantra se ha repetido constantemente sin que el club lograra enderezar el rumbo en ese errático modelo de Masía del basket.
Cabria deducir, por ello, que el funcionamiento de los equipos de formación el Barça ha resultado deficiente o poco constante durante temporadas para que el ejemplo de Navarro se perpetuara pero hay ejemplos que rebaten esta percepción. Los Hezonja, Peno, Rabaseda, Eriksson, Paulí, Hakanson, Kurucs, o Marc García y Samanic más recientemente, han tenido que buscar otros destinos para acabar de culminar ese último paso en su progresión. Coincidiríamos en que muchos de ellos no apuntaban a primeros espadas en el nivel de Navarro pero varios han demostrado, o llevan camino de hacerlo, que podrían acabar siendo elementos de rotación interesantes, incluso en el Barça.
Ver debutar a un júnior de primer año como hizo Navarro en su día es algo más que una rareza hoy en día, casi una utopía. Si Juanqui disfrutó de esa oportunidad fue por su talento pero también porque hubo entrenadores que creían en esa inversión al dar la alternativa. La valentía de Aíto o Montes en esa apuesta por los jóvenes quizá sea uno de los valores que pocos técnicos han logrado replicar.
Que Navarro se marche en el escenario de improvisación que ha habido este verano es de lamentar. Que se vaya el último canterano y no deje herencia es también preocupante. Además del legado de grandeza que nos deja el 11 de Sant Feliu, el suyo debería ser el ejemplo de que es posible el camino directo desde la cantera al primer equipo