Cuando toda la presión es blanca
Lo que ahora llamamos convulsivamente el Clásico era hasta hace no tanto, principios de siglo, nada más y nada menos que un Real Madrid-Barcelona o un Barcelona-Real Madrid, el duelo ahora ya más jugado de la historia de la Liga. Amantes de etiquetar todo lo que se pone a nuestro alcance a alguien con cierto talento bien pudiera ser un argentino influenciado por su River Plate-Boca Juniors o Boca Juniors-River Plate - se le ocurrió adaptar el término y ha cuajado hasta más allá de nuestras fronteras, donde se habla familiarmente del Clásico como si también formara parte de sus vidas.
De las nuestras, desde luego, así es y será por los siglos de los siglos. Por más que se juegue en la décima jornada; en la Champions (sólo falta darse en una final); o en un enfrentamiento copero de esos siempre excitantes. Nada menos que seis se dieron en las temporadas 2011-12 y 2012-13, cuando el apellido en cuestión comenzaba su apogeo.
Desde que se supo que Messi no iba a poder jugar el domingo, el duelo adquirió una buena dosis de morbo. Ya no sólo iba a ser el primer Clásico sin Cristiano, sin Zidane, sin Iniesta… También sin Leo y a partir de ese momento se comenzó a concretar todo en las figuras del argentino y del portugués.
El partido se jugará en horario del siglo pasado (16.15), sólo media hora después que el primer Barcelona-Real Madrid (1-2) liguero de la historia (17-2-1929) y con el devenir de los acontecimientos, ahora ya es el Clásico en el que el entrenador del Real Madrid se juega su continuidad o su despido; o el Clásico en el que si los blancos pierden se colocan a unos peligrosos siete puntos del Barcelona por mucho que quede mucha Liga por delante y, también, el Clásico en el que Florentino Pérez se puede ver obligado a adoptar decisiones traumáticas que, conociéndole un ‘bastante', odia y aborrece con todas su fuerzas.
Expuesta la trama, es indudable que toda la presión se cierne sobre el Real Madrid. Agigantada, si cabe, por cómo el Barça despachó con facilidad y brillantez su primera noche sin Messi. Todo lo contrario de lo sucedido en el Bernabéu 24 horas antes, donde la victoria blanca ante los voluntariosos muchachos de la Pilsen sólo sirvió para acrecentar las dudas que surgen sobre el equipo en general y determinados jugadores en particular.
Escrito todo lo anterior, hay que recordar
que estamos señalando con el dedo al Real Madrid. Un experto en artes marciales, en levantar situaciones límites y superar presiones por más que estén tuneadas por la ansiedad provocada por la falta de gol. Un escenario al que no está habituado. Un Real Madrid herido en su orgullo vikingo siempre ha sido históricamente un rival amenazador. Con Di
Stéfano y sin Di Stéfano. Con Cristiano y sin Cristiano.
La necesidad de ganar y aparcar, aunque sea temporalmente, todas las consecuencias negativas que se originarían en caso de derrota, nos presentan un Real Madrid obligado a extremar sus riesgos y a mostrar su faceta más agresiva, valiente y ofensiva. Lo normal es que intente ocupar el campo contrario, tener el balón y llevar la iniciativa del juego aunque sea en el Camp Nou y enfrente esté el mismísimo Barcelona… sin Messi.
Un factor determinante, no lo duden, en el ánimo del entorno madridista que lleva años soñando y sufriendo con el argentino. Plantear y disputar el partido del domingo sin Leo alimenta las esperanzas blancas. A Lopetegui le permite no tener que perder ni un minuto en montar una táctica anti-Leo – Zidane puso la temporada pasada a Kovacic a hacerle un marcaje individual- y a los jugadores, sobre todo a los defensores, señalados uno por uno por su bajo estado de forma, Nacho, Varane, Ramos, Marcelo… les supone un dolor de cabeza menos. Que ya tienen bastantes. El primero demostrar que de verdad están ‘a muerte' con su entrenador. Una frase hecha que suena bien, pero no siempre es cierta