Un tsunami anda suelto
H ace un mes hablábamos sobre Luis Suárez en el sentido de que su titularidad no debía ser algo blindado. Ciertamente, el uruguayo atravesaba una alarmante crisis de juego y goles. Nada nuevo en él. Como los motores diésel de antaño (los actuales son más eficientes y menos contaminantes que los de gasolina), a Suárez le cuesta alcanzar la velocidad de crucero. Pero cuando llega ese momento es algo terrible para los rivales: los devasta como un tsunami.
El partido que libró ante el Real fue una antología de la épica y, ante la ausencia de
Messi, lideró el paso adelante de todo el equipo. El resumen es, más o menos, este: marcó tres goles (penalti, cabeza y mini vaselina), envió un balón al palo, forzó un paradón a
Courtois que evitó el sexto gol, arrastró a Varane y
Ramos para crear el hueco por el que Coutinho marcó el primer gol, propició el penalti que marcó de manera impecable, vio la amarilla y rozó la roja directa en un pisotón a Nacho, corrió como un poseso para marcar el cuarto gol, fue el primero en abrazar a Coutinho en el primero y a Vidal en el quinto, persiguió balones imposibles, mostró urbi et orbe la foto de sus tres hijos impresa en una camiseta, saludó a éstos que estaban junto a Messi en la primera fila y al final se llevó el balón del partido. Todo eso, aliñado con una brega sin tregua. Se le vio incluso defendiendo en las faltas y, como acostumbra, guardando el primer palo en los saques de esquina. Para el rival, una pesadilla. Para el público, una gozada. Para sus compañeros, un ejemplo. Y para el espectáculo, una bendición. Ese fue Suárez. Que dure.