No disparen al hincha
Por fin se terminó la final más larga y, seguramente, la más pesada de la historia. Una final de 210 minutos que tardó 30 días en concluir en un duelo que tuvo más juego en los despachos que en el césped. La Libertadores ya tiene campeón, si bien este título de River Plate se recordará más por el drama y lo ajeno al fútbol que por los méritos puramente deportivos.
La FIFA ya tiene al equipo que necesitaba para el Mundial de Clubes y Conmebol salió del paso de una situación casi ridícula facturando más dinero del previsto. Al anfitrión,
Florentino Pérez, le deben una y la ciudad de Madrid hizo agosto en invierno.
He vivido los últimos días con los miles de aficionados que han peregrinado a Madrid, muchos dejando trabajos y endeudándose para una final inédita e histórica. Pese a la rabia e indignación que les robaran la final en su casa, los hinchas han sabido trasladar su pasión a las calles de Chamartín y no han escatimado en banderazos, cánticos incesantes y apoyo incondicional al club de sus amores. El Bernabéu retumbó y celebró el triunfo millonario en el estadio que encumbró a Di Stefano pero jugar la Libertadores en el exilio es la peor derrota del futbol argentino. Los dirigentes escogieron la peor solución para los intereses de sus aficionados y del futbol de su país. Ojalá que la desnaturalizada final de Madrid represente un punto de inflexión para un país que le pone más pasión al futbol que a otras cosas mucho más relevantes. En la fiesta argentina no quiso faltar Messi.
Por suerte para los culés, y seguramente para el propio
Leo, River Plate dejó escapar a un bajito talentoso que terminaría siendo el mejor jugador del mundo