¿Mou? Tengamos la fiesta en paz
Se veía venir. Se intuía que tarde o temprano en el Manchester United se tendrían que cansar de ver a su equipo vegetando por la Premier y cantando bajito por la Champions. La destitución de José Mourinho era simplemente cuestión de derrotas, aumento de la mala imagen y de tiempo, de poco tiempo.
Lo peor no es que en Old Trafford pongan de patitas en la calle al portugués con un fortunón de indemnización, lo peligroso son los daños colaterales que acarrea la decisión. Fue automático. Se anunció el despido y las redes sociales y determinados medios de comunicación comenzaron a relacionar íntimamente a Mou con el Real Madrid. Como si no tuviera bastante el club blanco con sus problemas futbolísticos (marcha de CR7, marcha de Zidane, llegada y salida de Lopetegui, derrotas inesperadas, mal juego…) y logísticos (remodelación del estadio) como para tener que apechugar ahora con un tsunami de estas características. Pocos tienen en el mundo un magnetismo para atraer la atención mediática hacía su persona como el ‘tío Mou’.
Personalmente, respeto al Mourinho entrenador por su dilatada carrera plagada de éxitos que nadie le ha regalado y porque amigos de los que me fío y que han trabajado a su lado siempre han destacado su profesionalidad y conocimientos para dirigir colectivos de alto standing, como son los vestuarios del Real Madrid, Inter, Chelsea… Escrito lo cual, modestamente no creo que José Mourinho sea ahora el técnico idóneo para reflotar una plantilla, la blanca, en evidente periodo de reestructuración. Ni en el mercado de invierno, ni en el de verano, ni nunca.
No es precisamente el entrenador que necesita el Real Madrid. El mero hecho de que en el entorno más influyente del madridismo se contemple la posibilidad de una segunda etapa, ya es contaminante. Se recrudecen las heridas abiertas en su primera etapa. Sus partidarios recuerdan a los cuatro vientos que gracias al ‘Special One’ el equipo se acercó competitivamente al Barcelona, le arañó una Liga y una Copa y consiguió que los blancos volvieran a vivir las emociones de las semifinales de la Champions después de varios años instalados en los octavos.
Sus destructores confesos no se quieren ni imaginar escenas como la del dedo en el ojo de Tito Villanova; ni la del plebiscito del Bernabéu, saliendo al césped hora y media antes de un partido para que el aficionado le aplaudiera o le pitara; ni quieren volver a vivir la coyuntura de una plantilla dividida entre los que seguían su fe y los que querían vivir en paz.
Cierto es que José Mourinho guarda y mantiene una más que buena relación con José Ángel Sánchez, director general del club, dirección deportiva incluida, y mano derecha de Florentino Pérez y cierto es también que de vez en cuando el portugués se cartea por whatsapp con el mismísimo presidente, pero de ahí a que pueda volver a sentarse en el banquillo del Bernabéu, dista un abismo.
Como entrenador, Mourinho se ha dejado mucho prestigio por el camino en los últimos años. Su último paso por el United le ha señalado no sólo en el capítulo de la gestión y de las relaciones personales, en los que ha suspendido notoriamente, también en el puramente balompédico, ofreciendo la sensación más de una involución que de una evolución. Los ‘reds’ no han sido competitivos bajo su mando. Los equipos de Mourinho nunca destacaron estéticamente por su interpretación del juego, pero eran equipos de Mourinho y bastaba para no volver la cara ante nadie. Muy físicos, agresivos, ordenados, bien evangelizados y aleccionados… y regularmente con muy buenos jugadores a los que sacaba un rendimiento máximo.
Ya no es el caso. No sería de extrañar que después de unos meses de descanso, Mou volviera a entrenar a un equipo ‘top’, como a él le gusta decir, pero su aterrizaje en el Bernabéu no parece recomendable por la salud mental de todos los que habitan dentro o cerca del universo blanco. Tengamos la fiesta en paz. Y nunca mejor dicho