Un 0-6 tras el proceso viral
La española abrió el torneo con un ‘rosco' en contra y el médico midiendo la temperatura, la presión y el pulso
n n Garbiñe Muguruza cerró la pasada temporada con una derrota ante su rival de mañana en la final, la estadounidense Sofia Kenin, en el torneo de Pekín, en octubre. En la segunda parte de la campaña había cosechado ocho derrotas, por una sola victoria. Optó por un cambio radical, cerrando su etapa con el entrenador francés Sam Sumyk, que databa de verano de 2015, y optando por Conchita Martínez, con la que había ganado Wimbledon 2017, en una colaboración puntual que tuvo un segundo capítulo durante unas semanas de 2018. La oscense acabó con Karolina Pliskova, y ambas españolas se han reencontrado con éxito.
La caraqueña mantuvo en el equipo a la fisioterapeuta alemana Cathrin Junker, fichando al preparador físico argentino Santiago de Martino, con quien “he trabajado muy duro porque soy alta y necesito mejorar mi movilidad”. Se mantuvo en forma durante sus vacaciones haciendo cima en el Kilamanjaro, para luego probar las playas de Tanzania. Realizó la pretemporada en San Diego, la segunda residencia de Conchita Martínez, que el lunes entrará en el Salón de la Fama de este deporte.
Aunque los planes casi quedan sepultados por un proceso viral que le obligó a retirarse en el WTA de Hobart, a una semana del inicio del Open. “Me sentía mal, aunque no tengo ya fiebre, pero nunca pensé en retirarme”, explicó Muguruza tras remontar a Shelby Rogers, con la que abrió su participación recibiendo un ‘rosco’ (0-6), pidiendo asistencia. Se pudo apreciar como le tomaban la temperatura, el pulso y la presión, y la medicaban. Hubo miedo por su futuro en el torneo, aunque a la vez la situación sirvió para rebajar la presión de un Grand Slam. “Sólo podía pensar en el partido siguiente tal co me sentía”, señala la ya finalista, que se ha asegurado volver al top-20, asomándose al top-10 si mañana triunfa
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