Mundo Deportivo (Barcelona)

Cuando la mayor victoria no es ganar una medalla de oro

N Roser Tarragó, de una relación difícil con el waterpolo a la plata mundial con MVP y el título europeo

- Marta Pérez ha sido una pieza clave en la consecució­n del título europeo

n“Recuerdo estar tumbada en la cama llorando porque al día siguiente tenía que ir a entrenar a las 5:30 de la mañana. Y levantarme llorando. Ir a la piscina, ponerme las gafas y ponerme a llorar otra vez. No quería tirarme al agua”, cuenta Roser Tarragó. Campeona del mundo en 2013, subcampeon­a olímpica en 2012 y doble campeona europea (2014 y ahora 2020, ambas en Budapest) con la selección española de waterpolo, ha ganado con la plata mundial de Gwangju del pasado año y el reciente oro continenta­l las dos medallas más importante­s de su vida.

No por el color, sino por la historia de superación y evolución personal que llevan detrás. “Ha sido un cambio brutal desde 2011-2016 hasta ahora. Estuve dos años parada totalmente. Estaba muy quemada. Llegó un momento en el que odiaba este deporte y me dolía jugar”, dice. Probó nuevos desafíos tras los Juegos de Río y encontró la motivación para seguir adelante. “Trabajé mi salud mental. Al volver he disfrutado cada segundo. Me he vuelto a enamorar del waterpolo”, cuenta.

Pieza fundamenta­l en la multimedal­lista selección de Miki Oca, ha soportado el peso que supone jugar en la selección desde Londres 2012, con apenas diecinueve años. Los resultados fueron llegando y además a lo grande. Pero, de repente, quedaron en un segundo plano. Todo sucedió en

2016, tras una preparació­n intensa para los Juegos de Río. “Llevaba un tiempo aguantando, en vez de disfrutand­o de lo que estaba haciendo. Me decía que llegaría porque eran los Juegos, pero no vale la pena estar así. Fue un año durísimo”, recuerda. “Los Juegos fueron muy duros. No los disfruté. Acabé el campeonato metiéndole siete goles a Australia, que es el récord olímpico. Salí del agua y lo único que escuché fue que si hubiera metido ocho tendría el récord olímpico en solitario. Cuando sales de partido con sensacione­s así, ¿qué estás haciendo allí?”, explica.

Todo tuvo un inicio. Su vida había dado un cambio importante tras la consecució­n del título mundial en 2013. He ahí, quizá, la explicació­n. Roser recibió entonces una beca para irse a estudiar y a jugar a Estados Unidos e hizo las maletas hacia la Universida­d de Berkeley. Era su ambiente. Estaba cómoda. Era feliz. Sin embargo, en la temporada 20152016 tuvo que volver a España para preparar los Juegos de Río. Todo cambió. Cuando regresó a Berkeley tras los Juegos, ya nada era igual. “El momento de tirarme al agua… Era el más duro del día. Me pasé cuatro meses así”, recuerda. Tan solo se encontraba bien con su grupo de amigas en Berkeley, con la nadadora internacio­nal Marina García al frente. “Tenía una sensación más de ansiedad que de depresión. Solo sé que había momentos en el día en los que no podía respirar y me echaba a llorar sin que hubiera ninguna razón para ello”, relata.

Tenía que buscar una solución. A través de un amigo, empezó a ir a terapia en noviembre de 2016. “Entendí lo que me dolía. Entendí que todo venía del waterpolo”, explica. El amor por su deporte se había transforma­do en odio. Pero Roser encontró una alternativ­a. La Universida­d de Berkeley le ofreció darle la baja deportiva por razones médicas y permitirle seguir estudiando. “Estados Unidos da mucha importanci­a a la salud mental. Al final si lo piensas es lo mismo que romperte la pierna. ¿Por qué no es lo mismo? Porque no lo ves. Si se viera, nadie lo dudaría. Es imposible estar siempre arriba y perfecto”, lamenta.

Una nueva oportunida­d

Sin la presión de jugar, Tarragó acabó su carrera académica en la temporada 2017-2018. “Miki me llamó aun sin jugar para el Mundial de 2017, pero le dije que no podía ir”, dice Roser. No aguantaba las concentrac­iones. Pero tras dos años de parón, después de ver el Europeo de Barcelona 2018 desde la grada de las Picornell, el gusanillo por jugar volvió. “Hablé con el ‘Medi’ y les pedí jugar con ellas cuatro meses”, cuenta. Solo hasta enero, porque tenía previsto irse entonces a Australia para entrenar alejada del alto nivel. “Estuve en un equipo muy joven y disfruté mucho”, dice. Se volvió a enamorar de su deporte. Regresó a casa en mayo de 2019. Entre múltiples ofertas, aceptó jugar con el Mediterran­i, que le ofreció además un trabajo externo al waterpolo.

El reto era volver a jugar al máximo nivel. Lo llevó a cabo. Se ganó el billete para el Mundial de Gwangju, en el que España logró la plata y ‘Ru’ fue MVP. Fue la confirmaci­ón definitiva antes de la presente temporada, con el Europeo como primer gran reto. “Había que ir con suficiente presión para tomárnoslo muy en serio e ir a por el oro, pero sin pasarnos porque ya teníamos el billete para los Juegos”, dice.

España ejecutó el plan a la perfección y se llevó el título. Y, sobre todo, Roser ha confirmado que jugar le hace de nuevo feliz. “Mi planteamie­nto desde el verano es disfrutar cada día de lo que estamos haciendo. El oro interesa, pero si disfrutas el camino las opciones son mayores”, explica. Budapest ha supuesto un gran hito para la carrera de Roser. A nivel deportivo. Porque ‘Ru’ sabe mejor que nadie que la mayor victoria de su vida es volver a sonreír jugando a waterpolo

Preparar Río 2016 le sacó de su ambiente y le afectó moralmente, pero ha recuperado la ilusión y el hambre

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FOTOS: JOAN LANUZA Roser Tarragó visitó la redacción de Mundo Deportivo tras proclamars­e campeona de Europa con la selección española de waterpolo
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FOTO: GETTY Tarragó
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