Mundo Deportivo (Barcelona)

El inesperado triunfo de la propaganda del Reich

- David Llorens

n Los años 30 fueron un período geopolític­amente muy convulso. De un lado, Estados Unidos estaba devastado por los tremendos efectos de la Gran Depresión, intentando recuperar el pulso de su economía en una sociedad rota. De otro, en Europa el auge del partido nacionalso­cialista alemán y su ímpetu imperialis­ta estaban tensionand­o al límite un escenario que acabaría desembocan­do en la II Guerra Mundial. La tensión latente entre la democracia y el totalitari­smo, antes de resolverse con las armas, se ensayó en un cuadriláte­ro y tuvo un resultado sorprenden­te.

El deporte se convirtió en un refugio de los estadounid­enses para huir de la desesperac­ión del día a día y el boxeo era entonces el más popular de todos, con permiso del béisbol. El púgil emergente de aquel tiempo era un peso pesado de raza negra, Joe Louis, que se convirtió en un orgullo nacional trascendie­ndo el color de su piel. Nacido en Alabama pero criado en Detroit, era para los negros un símbolo de liberación en una época donde el Ku Klux Klan aún operaba a placer en los estados del sur, mientras para los blancos el hecho de estar invicto en 27 combates y ser el joven atleta (22 años en la fecha del combate) más famoso de la época le convertía en una esperanza de tiempos mejores.

Max Schmeling, alemán de 30 años, parecía un púgil en declive pero tenía buenas credencial­es. Había sido campeón mundial del peso pesado, estaba acostumbra­do a medirse a rivales estadounid­enses y se le considerab­a, al igual que Louis, aspirante legítimo al título que entonces detentaba James Braddock. Un enfrentami­ento era para ambos era un test imprescind­ible de cara a metas más altas.

Las apuestas eran claramente favorables al ‘bombardero de Detroit’ y Louis, asumiéndol­o, se tomó la preparació­n con cierta relajación. Se recluyó en New Jersey pero allí descubrió el golf y pasó más rato en los greens que pegando al ‘punching ball’ o saltando a la comba. Schmeling lo asumió con mucha mayor seriedad y más allá de un exhaustivo trabajo físico se aplicó a estudiar en profundida­d las películas que tenía de su rival. Pocos días antes de la pelea anunció que había encontrado un punto débil en Louis y la prensa de la época no le hizo demasiado caso. Sin embargo, el alemán estaba diciendo la pura verdad: Joe tenía el hábito de bajar su zurda inconscien­temente después de lanzar un jab, así que Max sabía exactament­e dónde atacarle.

El viejo Yankee Stadium del Bronx estaba lleno a reventar para ver el combate que continuarí­a alimentand­o la leyenda de Joe Louis. Pero Schmeling tenía otros planes. Siguió su estrategia a rajatabla, soltando derechazos cruzados cada vez que su oponente bajaba el brazo izquierdo. En el cuarto ‘round’ encontró la barbilla del estadounid­ense, que se fue al suelo por primera vez en su carrera. Se levantó pero la pelea siguió punto por punto el guión escrito por el alemán sin que Joe encontrara la fórmula para desactivar su táctica.

Con la persistenc­ia de una gota malaya, el germano fue encontrand­o resquicios en los que lanzar el puño, dañando seriamente al americano en un ojo. Al acercarse el final del duelo, previsto a 15 asaltos, Louis sabía que iba perdiendo pero su ataque a la desesperad­a, con la visión borrosa, sólo encontró sombras. En el 12º ‘round’, sendos directos al cuerpo y a la mandíbula noquearon a Joe por primera vez en su carrera. No lo conseguirí­a nadie más salvo Rocky Marciano 15 años más tarde, cuando Louis ya estaba en sus estertores.

Schmeling, sin pretenderl­o, se convirtió en un emblema de la pujanza aria. Hitler envió un ramo de flores a su mujer y un telegrama felicitánd­ole y la maquinaria de propaganda nazi encabezada por Goebbels explotó aquella victoria hasta la saciedad. Sin embargo, esa asociación era tan previsible como injusta. Max no comulgaba con las ideas del régimen y siempre estuvo muy vinculado a la comunidad judía –su mánager lo era– pero se encontraba atado de pies y manos: los nazis no permitían viajar a su familia con él porque sospechaba­n que podía asilarse en EE.UU. y necesitaba­n rehenes para retenerle.

Un año después Louis destronó a Braddock y se ciño el cinturón de los grandes pesos, pero dijo que no se considerar­ía a sí mismo campeón hasta que Schmeling no le concediera la revancha.

Con un escenario mucho más tenso entre Estados Unidos y Alemania, el segundo combate se disputó en 1938, de nuevo en el Yankee Stadium y ante 70.000 espectador­es, entre ellos Clark Gable, Gary Cooper o Gregory Peck. Louis salió en tromba y venció por KO en el primer asalto, demoliendo a un Schmeling impotente. Luego la gran guerra lo detuvo todo, pero Joe y Max fueron buenos amigos durante el resto de sus días

Louis, invicto, era el favorito y Schmeling estaba en declive pero halló un punto débil

Los nazis explotaron su éxito mientras mantenían como rehén a su familia

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 ??  ?? Arriba. Max Schmeling da saltos de alegría tras noquear contra todo pronóstico a Joe Louis en el primero de sus dos enfrentami­entos. Aquella inesperada victoria le convirtió, de manera tan inevitable como injusta, en el deportista favorito de la propaganda del régimen de Adolf Hitler (abajo)
Arriba. Max Schmeling da saltos de alegría tras noquear contra todo pronóstico a Joe Louis en el primero de sus dos enfrentami­entos. Aquella inesperada victoria le convirtió, de manera tan inevitable como injusta, en el deportista favorito de la propaganda del régimen de Adolf Hitler (abajo)
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