El inesperado triunfo de la propaganda del Reich
n Los años 30 fueron un período geopolíticamente muy convulso. De un lado, Estados Unidos estaba devastado por los tremendos efectos de la Gran Depresión, intentando recuperar el pulso de su economía en una sociedad rota. De otro, en Europa el auge del partido nacionalsocialista alemán y su ímpetu imperialista estaban tensionando al límite un escenario que acabaría desembocando en la II Guerra Mundial. La tensión latente entre la democracia y el totalitarismo, antes de resolverse con las armas, se ensayó en un cuadrilátero y tuvo un resultado sorprendente.
El deporte se convirtió en un refugio de los estadounidenses para huir de la desesperación del día a día y el boxeo era entonces el más popular de todos, con permiso del béisbol. El púgil emergente de aquel tiempo era un peso pesado de raza negra, Joe Louis, que se convirtió en un orgullo nacional trascendiendo el color de su piel. Nacido en Alabama pero criado en Detroit, era para los negros un símbolo de liberación en una época donde el Ku Klux Klan aún operaba a placer en los estados del sur, mientras para los blancos el hecho de estar invicto en 27 combates y ser el joven atleta (22 años en la fecha del combate) más famoso de la época le convertía en una esperanza de tiempos mejores.
Max Schmeling, alemán de 30 años, parecía un púgil en declive pero tenía buenas credenciales. Había sido campeón mundial del peso pesado, estaba acostumbrado a medirse a rivales estadounidenses y se le consideraba, al igual que Louis, aspirante legítimo al título que entonces detentaba James Braddock. Un enfrentamiento era para ambos era un test imprescindible de cara a metas más altas.
Las apuestas eran claramente favorables al ‘bombardero de Detroit’ y Louis, asumiéndolo, se tomó la preparación con cierta relajación. Se recluyó en New Jersey pero allí descubrió el golf y pasó más rato en los greens que pegando al ‘punching ball’ o saltando a la comba. Schmeling lo asumió con mucha mayor seriedad y más allá de un exhaustivo trabajo físico se aplicó a estudiar en profundidad las películas que tenía de su rival. Pocos días antes de la pelea anunció que había encontrado un punto débil en Louis y la prensa de la época no le hizo demasiado caso. Sin embargo, el alemán estaba diciendo la pura verdad: Joe tenía el hábito de bajar su zurda inconscientemente después de lanzar un jab, así que Max sabía exactamente dónde atacarle.
El viejo Yankee Stadium del Bronx estaba lleno a reventar para ver el combate que continuaría alimentando la leyenda de Joe Louis. Pero Schmeling tenía otros planes. Siguió su estrategia a rajatabla, soltando derechazos cruzados cada vez que su oponente bajaba el brazo izquierdo. En el cuarto ‘round’ encontró la barbilla del estadounidense, que se fue al suelo por primera vez en su carrera. Se levantó pero la pelea siguió punto por punto el guión escrito por el alemán sin que Joe encontrara la fórmula para desactivar su táctica.
Con la persistencia de una gota malaya, el germano fue encontrando resquicios en los que lanzar el puño, dañando seriamente al americano en un ojo. Al acercarse el final del duelo, previsto a 15 asaltos, Louis sabía que iba perdiendo pero su ataque a la desesperada, con la visión borrosa, sólo encontró sombras. En el 12º ‘round’, sendos directos al cuerpo y a la mandíbula noquearon a Joe por primera vez en su carrera. No lo conseguiría nadie más salvo Rocky Marciano 15 años más tarde, cuando Louis ya estaba en sus estertores.
Schmeling, sin pretenderlo, se convirtió en un emblema de la pujanza aria. Hitler envió un ramo de flores a su mujer y un telegrama felicitándole y la maquinaria de propaganda nazi encabezada por Goebbels explotó aquella victoria hasta la saciedad. Sin embargo, esa asociación era tan previsible como injusta. Max no comulgaba con las ideas del régimen y siempre estuvo muy vinculado a la comunidad judía –su mánager lo era– pero se encontraba atado de pies y manos: los nazis no permitían viajar a su familia con él porque sospechaban que podía asilarse en EE.UU. y necesitaban rehenes para retenerle.
Un año después Louis destronó a Braddock y se ciño el cinturón de los grandes pesos, pero dijo que no se consideraría a sí mismo campeón hasta que Schmeling no le concediera la revancha.
Con un escenario mucho más tenso entre Estados Unidos y Alemania, el segundo combate se disputó en 1938, de nuevo en el Yankee Stadium y ante 70.000 espectadores, entre ellos Clark Gable, Gary Cooper o Gregory Peck. Louis salió en tromba y venció por KO en el primer asalto, demoliendo a un Schmeling impotente. Luego la gran guerra lo detuvo todo, pero Joe y Max fueron buenos amigos durante el resto de sus días
Louis, invicto, era el favorito y Schmeling estaba en declive pero halló un punto débil
Los nazis explotaron su éxito mientras mantenían como rehén a su familia
H