Mundo Deportivo (Barcelona)

El día que casi pierde la vida en el Himalaya

N En el descenso del Kangchenju­nga sufrió una gran pájara, llegando a pedir que la abandonase­n allí

- Celes Piedrabuen­a

n El alpinismo es un deporte de riesgo y los alpinistas lo saben y lo asumen, siendo consciente­s de que por más preparado que se esté la montaña siempre tiene la última palabra. En ella los errores se pagan muy caros, a veces con la vida. Los pies de la aventurera de Tolosa así lo atestiguan con la falta de dos de sus dedos tras las congelacio­nes sufridas en la bajada del K2 (2004), pero mucho peor pudo ser en el 2009, en el Kangchenju­nga (8.598 metros), en cuyo descenso casi pierde la vida. De hecho, rendida, agotada, vacía, pidió a sus compañeros que la dejaran ahí, que la abandonara­n a su suerte.

“Al final se complicó todo y si no llega a ser por mis compañeros no hubiera llegado al campamento base”, recuerda. “Hicimos cumbre –estuvieron más de 21 horas por encima de los 8.000 metros– y estábamos bien, pero no me hidraté lo suficiente, me dejé ir, ya nos habíamos relajado”. Todo el equipo, Edurne, junto a Alex Txikon, Asier Izaguirre, Nacho Orbi y Ferran Latorre empezaron a bajar, pero al llegar al campamento 3, a 7.700 metros, la de Tolosa no iba bien. “Recuerdo que no era capaz de dar ni dos pasos. Mi cuerpo se fundió. Me quedé sin gasolina y te abandonas. Les dices a tus compañeros que te dejen ahí. Ellos me decían venga, muévete, piensa en tu familia, pero yo les decía que no, que me dejaran”, repasa mentalment­e. Hasta que sus compañeros de cordada, viendo que no había forma de animarla, llamaron a su madre. ¡Suerte del GPS!, y reaccionó. “Mepegó una gran bronca por teléfono y me dijo que no fuera egoísta”. Y se levantó.

Entre todos se la cargaron a la chepa y la bajaron a lo largo de dos días interminab­les, cuando lo normal es completar el descenso en ocho horas. Llegó al campamento base con síntomas de congelació­n, pero se recuperó bien. “Les debo la vida a ellos”, asegura.

De todo en la vida se aprende, más de una situación extrema, y la vasca (46 años) aprendió que “no nos podemos relajar hasta el final. Hicimos la cumbre. Dimos toda nuestra energía y cuando empiezas a bajar lo único que quieres es llegar al campamento base y no estás tan atento como siempre, te dejas un poco. Aprendí que las expedicion­es no terminan hasta que llegan abajo”, finaliza

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