Una tormenta poco perfecta
El momento no estaba mal escogido. Faltaban tres meses para terminar la temporada y un año y medio para las elecciones. Si se jugaban bien las cartas, podían precipitar los hechos y que el cambio de presidente fuese en 2020. El momento era ideal para la tormenta perfecta. El Barça, por primera vez en 17 años, había cambiado el entrenador hacía justo un mes. Bartomeu cesó a Valverde y nombró a Setién para dar un impulso a un equipo que parecía quedarse tieso. Y, entonces, se desató el vendaval. A partir de la noticia difundida por la SER (“Una empresa contratada por el Barça erosionó en redes a jugadores y opositores”) cayeron chuzos de punta.
Bartomeu lo negó de cuajo, tragándose sílabas en todas partes, pero el aguacero se lo llevaba todo por delante. Con semblante muy serio bajó al vestuario para explicarse ante los capitanes, Messi dio el enterado en una entrevista, pero ya nada salvó al presidente de una morrocotuda pañolada pidiendo su dimisión al principio y al final del 5-0 ante el Eibar. Bartomeu apechugó con la crítica del socio pero, en cambio, le sentó mucho peor la rebelión de parte de la junta en la comida del día anterior en Sant Just.
Ese 21 de febrero, la mitad de los directivos propusieron la posibilidad de adelantar las elecciones a 2020, liderados por el entonces candidato continuista Emili Rousaud. El tema de fondo no eran las redes sociales sino la posibilidad de arrastrar pérdidas durante dos ejercicios consecutivos y el peligro que entrañaba para cada patrimonio particular. Al final, el comunicado oficial decía que se encargaba un forensic a un auditor independiente para que, en las siguientes semanas, hiciera un análisis profundo de lo que se había contratado. Además, para demostrar que iban en serio apartaron de su trabajo a Jaume Masferrer, responsable del área de presidencia. Se barajaron tres nombres más a suspender (la triple G: Grau, Graell y Gómez
Ponti) pero se quedaron en Masferrer, que era quien había tenido la idea de ‘apartarse' mientras durase la investigación. Entre el confinamiento y los puntillosos de PriceWaterhouseCoopers, el análisis crítico de los hechos y de la monitorización de las redes sociales por parte del Barça no ha durado semanas sino casi cinco meses. Mientras, la tormenta ha tenido episodios inesperados que han acrecentado lo que se ha etiquetado como Barçagate. Bartomeu forzó la dimisión de dos vicepresidentes ( Tombas y Rousaud) y se le marcharon otros cuatro. Ya fuera, la gira mediática de Rousaud (RAC1, SER, TV3…) dejaba a todos con la boca abierta al decir que “alguien ha metido la mano en la caja…”
La auditoría se ha hecho esperar pero acaba de la mejor manera para el Barça y para Bartomeu. Tras analizar 100.000 mails, entrevistar/interrogar a todas las partes, desmenuzar los móviles, portátiles, discos duros y tablets de Grau, Masferrer, Graell y Gómez-Ponti, la auditoría exculpa al club. Tajante conclusión: ni se encargaron mensajes difamatorios contra nadie (ni jugadores, ni expresidentes, ni socios), ni se produjo ninguna conducta corrupta (nadie metió la mano en la caja, por decirlo en términos Rousaunianos), ni se pagó un sobreprecio por el servicio de monitorización. Sí, se fraccionaron pagos y se saltaron algunos protocolos internos. La reputación del Barça queda resarcida, la tormenta no se lo ha llevado todo río abajo, pero los destrozos, el desgaste y la desestabilización es de difícil reparación.
Curioso esto del Barça. Al final del este episodio -que aún vivirá una secuela que parece tener poco recorrido en los juzgados-, el candidato continuista pasó a ser el principal agitador de la oposición en menos de 24 horas, el club se cobrará una cabeza de turco cuando no hay turco, y la prensa insiste en llamar Barçagate a algo que no pasó y que no ha logrado cargarse al Presidente. La garganta profunda del Washington Post fue, en este sentido, mucho más fiable
H