Mundo Deportivo (Barcelona)

Julian Alaphilipp­e (28 años) rompió a llorar en la meta de Niza de la segunda etapa del Tour después de lograr la primera victoria de la temporada y de vestirse con el maillot de líder. En junio perdía a su padre y este año los resultados no estaban siend

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Hay veces en la vida, ya sea profesiona­l o deportiva, en la que es imposible contener las lágrimas y emocionars­e, sobre todo cuando los sentimient­os están a flor de piel, cuando se alcanza el éxito y cuando los recuerdos pasan a un primer término. Es lo que le ocurrió este pasado domingo al ciclista Julian Alaphilipp­e después de lograr la victoria en la segunda etapa del Tour y de vestirse con el amarillo de líder de la carrera. Y no es que ‘Loulou’ no esté habituado a la senda de éxito, ya que la del domingo era su quinta victoria en la ronda gala y ya portó el amarillo de líder en 2019 a lo largo de 14 jornadas, pero hace un año tenía a su padre, al que estaba muy unido .

Jaques, apodado cariñosame­nte ‘Jo’, fallecía el 27 de junio. Arrastraba una enfermedad desde hacía años y estaba postrado en una silla de ruedas. A su progenitor, Julian le debe su pasión por la música y el ser ciclista profesiona­l, ya que éste fue director de orquesta durante años y quien le guió en muchos entrenamie­ntos, además de ser él quien le animó a apuntarse en el club ciclista de Montluçon para que entrenara y compitiera con otros niños.

Natural de Saint-AmandMontr­ond, Julian empezó a montar en bici con 13 años, por diversión, aparcando la batería y de la mano de su primo Franck, quien siguió siendo su entrenador en profesiona­les. Al principio se dedicó en cuerpo y alma al ciclocross y no fue hasta el 2013 que dio el salto al profesiona­lismo,. En su primera temporada ya ganó varias carreras, siendo 2019 un año que marcó su trayectori­a, tras lograr doce victorias en seis países en siete meses. Un año en el que este simpático y extroverti­do corredor deslumbró en el Tour de Francia, con las dos victorias de etapa y 14 días siendo el líder, en su tercera participac­ión.

Los aficionado­s franceses, huérfanos de un ganador de la ‘Grande Boucle’ desde el triunfo de Bernard Hinault en 1985, empezaron a soñar de nuevo, pero ‘Loulou’ no estaba preparado ni física ni mentalment­e para ganar el Tour. No es que no le gusten los grande retos. Todo lo contrario. Él ha asegurado en más de una ocasión que da pedales para ganar el mayor número de carreras y a poder ser las mejores, como demuestran sus triunfos en la Milán-Sanremo, Strade Bianche, Flecha Valona o en la montaña del Dauphiné, pero sabe de la dificultad de ganar un Tour y por ello ya en el inicio de esta 107ª edición se descartaba para el triunfo final.

No estaba siendo éste su mejor año, sin victorias hasta el domingo, y además no hay que olvidar que Alaphilipp­e es un ciclista valiente, agresivo, de los que ya no quedan en el pelotón, lo que sin duda es una gran noticia para el ciclismo, deporte cada día más previsible y controlado, y no quiere ni tiene pensado cambiar su forma de correr. “Es como me gusta competir. Me gusta y divierte a los aficionado­s”. dijo en 2019 cuando se le preguntó por las opciones de abrazar la gloria en los Campos Elíseos.

Veremos si se mantiene fiel a sus principios en el Tour de las mascarilla­s, tan raro y especial

Toca la batería y si no fuera ciclista le gustaría ser mecánico de bicicletas

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