Mundo Deportivo (Barcelona)

Estos son los agujeros que Bartomeu tapó desde 2017

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o un buen goleador como suplente de Suárez. Y, entonces, llegó el fatídico verano de 2017. Ahí empezó todo. Luis Enrique había anunciado su marcha, Bartomeu ya tenía a Valverde en la recámara y, en plena gira americana, saltó la noticia: Neymar pagaba la cláusula de libertad de 222 millones y se iba al PSG, para ser la estrella y para reencontra­rse con su amigo Dani Alves. Aquí llevaba 4 años a la sombra de Messi y vio que iba para luego poder tomar el relevo al mejor del mundo. La noche del 6-1 al PSG se dio cuenta… En tres minutos, él se puso el equipo a la espalda. Él chutó y marcó la falta. Él chutó y marcó el penalti. Él dio la asistencia del sexto tanto… Fue su mejor noche pero la foto del día siguiente fue para Messi, mesiánico con la afición. Y ahí, Bartomeu, con la fuga de Neymar, empezó a tapar agujeros para decirlo en la metáfora utilizada por Leo. Fichó a Dembélé como extremo joven desequilib­rante. Ilusionant­e, pero a precio desorbitad­o. Y, hasta la última fecha del mercado de agosto, intentó fichar a Coutinho, una estrella que nadie discutía. El Liverpool, sin embargo, se cerró en banda y se intentó el plan B hasta el final: Di María. Sabían que Messi estaría a gusto con “el fideo” pero el PSG no lo quiso vender. Y menos al Barça. Llegó Paulinho, que a pesar de ser recibido con uñas y dientes por parte de la prensa, se entendía bien con Leo en el campo. Parecía un parche, sí, pero dio un buen rendimient­o. Se fichó a Semedo, pensando que sería un lateral derecho que podría combinar bien por esa banda con Messi… y jamás ha sido, en la entente combinativ­a, una sombra de Alves. En el campo, a partir de agosto de 2017 no estaba Neymar y llegaba Valverde. El arranque fue, de nuevo, complicado. El fútbol tendía a la anestesia, pero el proyecto resultó ganador. Dos ligas consecutiv­as, con ventajas jamás vistas ante un Real Madrid que llevaba ganadas tres Champions seguidas no era moco de pavo. Pero la Champions se resistía. Justo un año después de Roma, llegó Anfield. Ese día, un gol metía el equipo en la final de la Champions. Y Messi regaló tres asistencia­s. A Alba, a Suárez ya Coutinho. De haber metido uno, el proyecto hubiera sido altamente ganador. Con el 4-0 y la eliminació­n fue la catástrofe. Tres días después, en un avión hacia Amsterdam para intentar fichar a De Ligt, Bartomeu, Mestre, Segura y Abidal decidieron que Valverde estaba sentenciad­o. Pero el presidente, en otro juego de manos, tras evacuar

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