Mundo Deportivo (Bizkaia-Araba)
¿Merece la pena jugar en Europa?
Vergonzoso, preocupante, alarmante, penoso, decepcionante, doloroso, humillante... Lo vivido el pasado jueves en Bilbao, poco o nada tiene que ver con el fútbol. El espíritu de este deporte, o al menos el que a mí me inculcaron, dista mucho del reflejado durante bastantes horas de este triste día dentro y fuera de San Mamés. Nada distinto, en cualquier caso, a lo que suele suceder en otras ciudades europeas cuando toca cita de Champions o de Europa League.
Cerrar los ojos ante la cruda realidad carece de sentido. Los violentos vuelven a salirse con la suya. Lo peor de todo es que algunos episodios viene repitiéndose en mayor o menor escala sin que nadie sea capaz de poner el cascabel al gato.
El jueves mientras por la megafonía de San Mamés sonaba el mensaje de la UEFA en su particular lucha contra el racismo, la xenofobia, la intolerancia y la violencia en el fútbol en los aledaños del estadio se respiraba cierta tranquilidad tras la tumultuosa y conflictiva entrada de los hinchas del APOEL al campo. ¿A qué jugamos? La boca abierta para predicar (en el desierto, parece) y los ojos y los oídos cerrados. Mal vamos.
El problema es que nos hemos acostumbrado a ver como las aficiones visitantes son trasladadas como un rebaño en su recorrido hasta el campo, a como algunas de las principales arterias de la ciudad quedan cortadas provisionalmente para que el ‘ganado’ pueda realizar su itinerario, a que los cánticos y gritos provocativos perturben la normalidad de residentes, viandantes y conductores, a que puedan surgir incidentes durante el camino, a que haya ‘enemigos’ prestos y dispuestos para el asalto y el combate cuerpo a cuerpo... Si esto es el fútbol moderno, apaga y vámonos.
La parte y el todo
Suele ser recomendable no confundir la parte con el todo. Que algunos centenares de impresentables del APOEL hicieran de las suyas en Bilbao no quiere decir que toda la afición chipriota lo sea. El mismo cuento, en mayor o menor medida, se puede aplicar aquí, en Madrid, en Sevilla y hasta en Rusia. El problema es que una minoría sumamente mínima acaba saliéndose con la suya. No sé porque las autoridades competentes, si es que las hay, se andan con tantos miramientos a la hora de impedir que estos violentos puedan viajar a ciertos lugares los días de partido y acceder a los estadios.
Lo de dentro de San Mamés del pasado jueves, por cierto, pasó de castaño oscuro. Resulta inadmisible que los propios socios del club bilbaíno tengan que abandonar su localidad porque desde arriba les están lanzando objetos, bebidas, escupitajos y demás. No había que haber esperado hasta el descanso para cortar por lo sano.
Ante este panorama y viendo las pobres entradas registradas en los partidos caseros del Athletic en el torneo continental, la pregunta parece obligada: ¿Merece la pena jugar en Europa? No crean que lo tengo tan claro