Mundo Deportivo (Bizkaia-Araba)

Los Juegos salieron como había soñado”

- Texto: Raúl Andreu Foto: Pere Puntí

Josep Miquel Abad fue el hombre que dirigió los entresijos de la organizaci­ón de los Juegos Olímpicos de Barcelona bajo las siglas del COOB 92, y administró y manejó con enorme pulcritud y transparen­cia 190.000 millones de las antiguas pesetas, que se dice bien y pronto. Un Abad distendido, sin perder un ápice de su capacidad de análisis y síntesis, y hasta en momentos bromista, repasa con MD una bonita historia olímpica que tuvo “el final soñado”.

25 años después ¿piensa igual que Samaranch, que los Juegos del 92 fueron los mejores de la historia?

Sí. Sí (más rotundo). No lo decimos nosotros, lo dicen la mayoría de los miembros del COI. También los que los vieron y vivieron. Esa es la sensación que permanece en la mente, en el corazón y en el recuerdo de atletas, periodista­s, jueces y espectador­es. El país se demostró a sí mismo que era capaz de hacer lo que hizo, que no éramos más que nadie pero tampoco menos.

Es más, tras los de Atlanta en 1996, cuatro años después, ¿no pensó en su fuero interno: ‘caray, sí que realmente lo hicimos bien…’?

Los de Atlanta fueron los peores Juegos de la historia en cuanto a organizaci­ón. Además, buena parte de los 47.000 millones de pesetas que ingresó el COI gracias a Barcelona sirvieron para paliar el déficit de Atlanta.

¿La herencia de Barcelona 92 fue moral, material o puntual?

Los Juegos generaron un consenso que se supo explicar y entender. Se vio que no se lanzaba el dinero por la ventana y que las inversione­s eran útiles para la ciudad. Todo se hizo pensando en el día después de los Juegos, porque estos debían estar al servicio de la ciudad y no al revés. El éxito de los Juegos se sustentó en los valores de tenacidad, esfuerzo, responsabi­lidad y en que los intereses generales estaban por encima de cualquier considerac­ión. Barcelona, Catalunya y España fueron capaces de demostrar en 1992 que además de simpáticos y buenos anfitrione­s, éramos organizado­s. Fueron muy limpios y transparen­tes. Cuando el

Cobi desapareci­ó volando del Estadi en la clausura ¿tuvo sensación de alivio, tristeza u orgullo, o las tres a la vez?

Después de una movida como aquella, de siete años de trabajo intenso, de miles de personas comprometi­das, es evidente que hubo muchos momentos de alegría, de satisfacci­ón, de emoción, también de pasarlo mal, pero cuando acaba todo eso tiene una densidad como de agujero negro del espacio, tiene una densidad tal que cuando acaba, la relajación es absoluta y el alivio total, y como los Juegos salieron bien el alivio de habernos quitado un peso de encima enorme es doblemente bienvenido. Demostramo­s que como sociedad, y también como individuos, éramos capaces de hacer cosas y de hacerlas bien. Por tanto, sí que sentí orgullo, claro, el orgullo era legítimo; el alivio fue inmenso. Tristeza, ninguna.

Como ciudadano de Barcelona, ¿cree que se está siendo justo con la figura de Samaranch? ¿Le duele que se le critique?

Lo he dicho en público más de una vez y lo repetiré: Barcelona no hubiera tenido los Juegos sin Samaranch, y muy pocos tienen la autoridad moral mía para decir que sin Samaranch Barcelona no hubiera sido elegida. Lo digo desde mi propia convicción. Y en este sentido añado que la ciudad de Barcelona es muy poco agradecida con Samaranch. Y recalco ‘muy poco’. Yo viví como el que más, de cerca, desde el propio núcleo, la candidatur­a, como para hacer esta afirmación tan rotunda. Dicen que de bien nacido es ser agradecido, por tanto convendría que se cumplieran estos asertos tan de la sabiduría popular. Ojalá se cumplieran.

Con todos los respetos, ¿es justo que Pepe Rubianes tenga una plaza y a Samaranch se le cuestione poner su nombre en una junto al Estadi?

El peor acompañant­e de los políticos, no ahora, sino desde que la historia podemos leerla, es el sectarismo. Por tanto, ser sectario no es un buen acompañant­e. Con Samaranch se está siendo muy injusto porque se da una visión sesgada, muy poco objetiva, de su trayectori­a. Samaranch, siempre lo he dicho, fue un hombre pragmático, de cuerpo entero.

Minutos antes de la ceremonia de inauguraci­ón, ¿temió que algo no saliera bien? Un atentado, una reivindica­ción política, un accidente como el de las goteras en la inauguraci­ón del Estadi en 1989…

¡Menos mal que a la hora de la inauguraci­ón lucía un sol de justicia!. Cuando hay un acontecimi­ento de estas caracterís­ticas siempre piensas que puede surgir algún contratiem­po, algo fuera de control, un imprevisto, la vida está llena de cosas que no tendrían que pasar y pasan, no solo porque lo haces mal sino incluso haciéndola­s bien. Hasta que no concluyó la ceremonia yo no me quedé tranquilo. Con miles de figurantes en el Estadi, con 55.000 espectador­es en las gradas, en fin…Esperábamo­s que todo saliera según lo previsto. Y así fue.

¿A quien se le ocurrió la idea del singular encendido del pebetero con el arquero Rebollo?

La idea tiene nombre y apellido catalán. Fue un diseñador de Barcelona, Premio Nacional de Diseño: Carles Riart.

Los JJ.OO. de Barcelona ¿marcaron un antes y un después en la historia olímpica? Las ceremonias, el pebetero, el Cobi…

Es complicado hablar de nosotros mismos. Deberíamos fiarnos más de lo que pueden decir de nosotros los de fuera. Pero Barcelona sí marcó un antes y un después del tratamient­o de los Juegos, del tratamient­o del efecto Juegos sobre la ciudad. Destaco esto porque los Juegos que vinieron después aplicaron el modelo Barcelona y marcó el uso futuro. Si antes se hacían las cosas

para que durasen dieciséis días nosotros teníamos muy claro que no éramos tan ricos y que todo lo que debíamos hacer tenía que ser útil desde el día después de los Juegos. Al final los Juegos duran 16 días y las ciudades son eternas, por tanto, sacrificar una ciudad a 16 días era una mala opción, por no decir pésima opción. Barcelona marca un antes y un después también desde el punto de vista de la estética (moderna, luminosa y mediterrán­ea) de las ceremonias, del logo, de la mascota, de la manera de encender el pebetero…, porque no será fácil encontrar un momento tal en el que todos los espectador­es estén con un ‘ay’ en el corazón por el lanzamient­o de una flecha. También marcó un antes y un después por lo bien que se lo pasaron los atletas, olímpicos y paralímpic­os. Nos olvidamos de los paralímpic­os y aún hoy muchos dicen que fueron unos Juegos únicos y tienen un recuerdo irrepetibl­e. Utilizaron la misma villa olímpica, las mismas instalacio­nes, tuvieron los mismos transporte­s...

¿Hay hoy un campaña publicitar­ia para Barcelona que supere el ‘Amics per Sempre’ de Josep Carreras y Sarah Brightman?

Hombre, habría que añadir el ‘Barcelona’ de Montserrat Caballé y Freddy Mercury, que no estuvo nadal mal, y Los Manolos. Hay dos o tres iconos musicales y el ‘Amics per Sempre’ es un mensaje, un deseo con un impacto contundent­e y directo pero desde el punto de vista musical, esto es lo que cantamos todos en un final de fiesta, pero no recordar el ‘Barcelona’ de Caballé y Mercury…, aún se me pone la piel de gallina. O Los Manolos en la clausura, con todo el Estadi bailando, la gente en tribuna y los atletas ahí abajo moviendo el esqueleto.

¿Qué sensación le dejó el cuerpo la primera vez que vio en maqueta, dibujo o figura al Cobi?

La primera vez no tenía nada que ver con lo que fue después. Era una primera aproximaci­ón. Mariscal ha explicado que su primer Cobi era muy de impulso, que sí, que es el que luego hemos conocido, pero fue perfilándo­se en el estudio de una manera depurada. La única mascota que ha sobrevivid­o. ¿Quién sabe hoy los nombres de las otras mascotas de los Juegos? Todo el mundo sabe que Cobi fue la mascota de Barcelona 92.

¿Y cuando visionó la película oficial de Carlos Saura? Samaranch se levantó al cuarto de hora y se fue…

Es muy difícil hacer una película de los Juegos Olímpicos que sublime unos momentos deportivos en concreto. Al final los Juegos es la competició­n, o la ciudad. Saura hizo su película. No pasará a la historia de la filmografí­a olímpica y no olímpica, pero al mismo tiempo diré que cumplió dignamente con el encargo que se le hizo. La nota cultural alta la sacamos, pero si el contenido deportivo era más o menos acertado…

Con la corrupción que existe hoy en España, ¿no le llena de satisfacci­ón que el COOB tuviera un superávit de 1.000 millones de las antiguas pesetas y todo bien justificad­o?

Es un orgullo que las cosas fueran como fueron, no precisamen­te el orgullo es por lo que hay ahora; lo de ahora es para llorar. Una de las medallas que llevamos moralmente hablando con más orgullo, adicional destacaría, es la de que fuéramos capaces de manejar miles de millones de pesetas y los utilizáram­os en lo que se tenía que utilizar.

El elogio en cuanto a organizaci­ón que más le emocionó fue…

Más que elogio, constataci­ón. Clausurado­s los Juegos Su Majestad el rey Juan Carlos me preguntó: ‘José Miguel, ¿cómo lo has visto?’. Y yo le contesté: ‘señor, como lo había soñado’. Elogios ha habido muchos.

Y la crítica que más le dolió fue…

Eran críticas concretas que con el paso del tiempo quedaron desmentida­s: que si no éramos capaces, que si no podríamos con la organizaci­ón, que ésta nos venía grande… Eran interesada­s, obvio, otras derivadas de un escepticis­mo razonable. La gente de la calle decía ‘este país nunca ha afrontado un reto como éste, ay, ay, ay...’. Además aquí se le tiene mucho miedo al ridículo, y nos lo decían. Pero todo esto no lo recuerdo. Al final lo que cuenta es que todo fue espectacul­ar. Me remito a la portada de ‘Barcelona deslumbra’.

El mejor recuerdo que tiene de los 16 días de gloria fue…

Tengo tantos que me niego a destacar uno. Quizás una vez acabados los Juegos, la cena de despedida de los que trabajamos en la organizaci­ón, más de mil personas, en los comedores de la villa olímpica de Montigalà. Fue una catarsis monumental de abrazos y sollozos. El momento de ‘se ha acabado todo, lo hemos hecho bien y el mundo nos lo ha reconocido’.

¿Y el peor?

No me acuerdo (pausa). Bueno, uno malo pero bueno, las goteras el día de la inauguraci­ón del Estadi en 1989. Pero no fue el peor. Hubo más angustioso­s.

¿Cual fue el éxito deportivo con el que más vibró?

Ver a Cacho adelantand­o a rivales en el Estadi y en los últimos 200 metros como la gente se levantaba mientras avanzaba camino del oro. Era un momento que podía contigo. Pero viví pocos en directo porque los que trabajamos como locos nos hinchamos a ver vídeos después; no estábamos para hacer de espectador­es. También la final de basket con el dream team, un espectácul­o poco repetible. Y el oro de la selección española de fútbol.

¿Hubiera firmado a ciegas el 24 de julio de 1992 unos Juegos así?

¿Sabiendo el final? Por supuesto que sí. Evidenteme­nte. Lo que pasa es que no lo sabía nadie al principio. Todos firmaríamo­s sabiendo los finales buenos y renunciarí­amos a los malos pero esto es muy fácil decirlo a toro pasado

“Además de simpáticos y buenos anfitrione­s, éramos organizado­s. Fueron unos Juegos muy limpios y transparen­tes” “Marcamos un antes y un después en cuestión de la estética del logo, la mascota, las ceremonias y el pebetero” “Hicimos las cosas y las hicimos bien; sí que sentí orgullo, que era legítimo y un alivio inmenso. Tristeza, ninguna” “¿Samaranch? Barcelona es muy poco agradecida con él. Se da una visión sesgada y poco objetiva de su trayectori­a” “¿El superávit? Es un orgullo que salieran las cuentas, pero no por la corrupción de hoy; lo de ahora es para llorar” “Ver a Cacho adelantand­o a rivales y como la gente se levantaba mientras avanzaba faltando 200 metros podía contigo”

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FOTOS: ARCHIVO MD De izquierda a derecha y en el sentido de las agujas del reloj, Abad, junto a Maragall y los miembros de la Comisión de Seguimient­o de los JJ.OO. de 1992 encabezada por el sueco Gunnar Ericsson; junto a Maragall, Xavier Trias, Leopoldo Rodés y Jordi...
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