Mundo Deportivo (Bizkaia-Araba)
Consumiendo desengaño
Hay que ver cómo está cambiando esto del fútbol. Hasta hace bien poco, vivíamos en un ecosistema doméstico desde el punto de vista rojiblanco, cuasi regional, en el que nuestro mercado para fichar parecía un espacio reducido al que acudir con la cartera repleta para depositar cláusulas aquí y allá, soportando los improperios de quienes ponían las condiciones y en el que, al mismo tiempo, las supuestas ‘amenazas’ desde el exterior, para debilitar tu proyecto, se limitaban al Madrid o el Barcelona, por cierto, en contadas ocasiones si nos ceñimos a los últimos tiempos.
El impacto del tsunami globalizador llegó a Bilbao a través de una acumulación de casos que colapsó décadas de bilbainismo txirene para convertir al comprensivo hincha zurigorri en una mezcla de incredulidad, hartazgo y frustración. El hermano de, el salto de una valla en Lezama, aquel discurso ‘encantador’ en el sentido menos encantador de la expresión, y algún que otro testimonio de eterna fidelidad contrastaban con la realidad de entonces.
Ha pasado un tiempo y, aunque las aguas de la especulación parecen bajar menos revueltas desde la renovación de Laporte y su negativa a cambiar Bilbao por Manchester es inevitable que miremos de reojo lo que pasa por ahí afuera por si pudiera salpicarnos, y el Athletic, lógicamente, el primero.
En estas andamos con Williams cuando destaca y marca frente al Liverpool, una de sus más conocidas e insistentes novias, o con Kepa ,a quien se le intuye cerca de renovar si no fuera porque la cláusula que estaría intentando firmarle el club no fuese en consonancia, al parecer, con la ficha que le pretenden hacer cobrar. Básicamente por lo desmesurado del primer concepto, según me cuentan. El apasionante mundo de las cláusulas de rescisión. Un elemento contractual, cuasi único en el fútbol estatal, y que a pesar de chirriar en el contexto europeo no solo no deja de captar adeptos en nuestra Liga sino que parece lejos de erradicarse a tenor de las crecientes amenazas de los nuevos dueños del fútbol. Parece confirmarse como el único escudo y no siempre efectivo, ni suficiente por cierto.
Seguro que más de uno se ha planteado eso de que los futbolistas se han vuelto más avariciosos, desarraigados y superficiales que nunca. Seguro que alguno que otro lo pensó cuando en Bilbao hubo que redesengañarse varias veces seguidas. Lo cierto es que eso de rascarse el bolsillo para retener a tus jóvenes talentos se ha hecho realidad, porque ya no existe aquel derecho de tanteo y porque las únicas armas para la persuasión son el dinero y tu proyecto deportivo. El primero te lo dan los contratos televisivos de esa plataforma con sede en París y que, como club de fútbol, comienza a desestabilizar el negocio con cifras... insultantes. El segundo es el que uno mismo construya cada temporada, con resultados ilusionantes y ambiciosos objetivos. La profesionalidad entendida desde la frialdad del trabajador a sueldo frente al cariño y el sentimiento del que ha crecido en su equipo y puede salir para prosperar. Qué complicado se ha convertido encontrar un club donde su afición no señale ‘traidores’. Es el desengaño. Mientras tanto, sigan consumiendo de su propio producto