Mundo Deportivo (Bizkaia-Araba)
Tan grandes como de aquí a Lima
El último parón liguero motivado por la ventana FIFA de turno me permitió participar de una auténtica fiesta del fútbol. A muchos kilómetros de casa, pero como si de mi propio hogar se tratara. Lo que para nosotros aquí son rojiblancos, allí eran blanquirrojos. Idénticos colores y sentimientos muy similares, aunque de proporciones distintas dada la dimensión geográfica y poblacional de una y otra localidad.
Perú se jugaba ante Nueva Zelanda la posibilidad de regresar a un Mundial 36 años después. En las calles de Lima se respiraba un ambiente muy similar al de Bilbao con motivo de aquella histórica semifinal de Copa frente al Sevilla con Caparrós en el banquillo. Los medios de comunicación llenaban y llenaban sus respectivos espacios con todo lo que tuviera que ver con este trascendental doble cruce, las camisetas de la selección andina asomaban por todos y cada uno de los rincones de esta poblada capital, en las conversaciones públicas y privadas solo se hablaba del monotema, la ilusión de los niños se contagiaba a jovenes, adultos y ancianos y viceversa. Solo quedaba por comprobar si el sueño común de alrededor de 32 millones de personas se convertía o no en realidad dentro de la cancha. La baja de Paolo Guerrero (hasta ese apellido tiene una repercusión especial por estos lares), la gran figura local, por un supuesto y dudoso positivo, me retrotraía a los duros e injustos momentos vividos en su día por Carlos Gurpegi, el ahora embajador del Athletic. Farfán, un futbolista al que la afición de San Mamés conoce de los enfrentamientos de la Europa League entre el entonces equipo dirigido por Marcelo Bielsa y el Schalke 04 del exmadridista Raúl, asumía los galones de su sancionado compañero. La‘ Foquita’ a punto estuvo de marcar nada más arrancar el choque de ida en Nueva Zelanda. Pese al soplido al unísono de millones de peruanos que seguían el partido por televisión, el balón impulsado por su delantero no llegó a rebasar el marco local. El 0-0 final de la ida dejó cierto poso de duda e incertidumbre entre la desconcertada afición blanquirroja.
Lo bueno se hace esperar
Lo bueno, como siempre, se hizo esperar. Lima amaneció ese miércoles 15 de noviembre cargada de ilusión y esperanza. Quien más quien menos se agenció su camiseta, bufanda, tira, gorra o cualquier prenda imaginable e inimaginable con los colores del Perú. Todo el mundo estaba dispuesto a empujar por la misma y única causa, aunque en el Estadio Nacional solo tuviesen cabida cerca de 43.000 privilegiados. El precio de las entradas, por cierto, llegó a multiplicarse por más de diez en algunos casos.
Cuando Farfán, cómo no, y Ramos hicieron los dos goles de la victoria; una alegría desbordada se apoderó de los peruanos. La misma emoción que sintieron muchos hinchas del Athletic cuando Javi Martínez, Llorente y Toquero, por ejemplo, firmaron aquel 3-0 ante el Sevilla que sirvió para volver a una final de Copa 25 años después. Perú regresaba a un Mundial tras 36 años de ausencia. Gareca, argentino como Bielsa, había obrado el milagro. El fútbol, guste o no, trasciende tanto como de aquí a Lima