Mundo Deportivo (Bizkaia-Araba)

Los niños no quieren ser Sigurdsson

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Ver un Mundial con los ojos de un niño es otro rollo. Sobre todo si es el primero. El prisma varía de forma radical. Aparecen mitos por generación espontánea. Futbolista­s de los que no tienes ninguna referencia que destacan en la mejor competició­n de seleccione­s del planeta. Son semidioses. Todo es nuevo, todo sorprende. Pero los tiempos cambian. O es que yo me hago mayor y ya cuento historias del abuelo cebolleta. Los niños o los jóvenes de ahora no elevan a los altares como hace un cuarto de siglo.

La semana pasada escribí que mi primer recuerdo mundialist­a databa de USA’94. Apenas sabía quiénes eran las figuras. Solo me quedaba con los detalles. De ahí surgían los héroes. Por ejemplo, Al-Owairan (Arabia) marcando gol al veteranísi­mo

Preud’homme (Bélgica) después de recorrer casi todo el terreno de juego a la carrera. O Etcheverry liderando a un país como Bolivia que me preocupé por situar en el mapa. ¡Y al frente estaba Azkargorta!

Pero había mucho más. Me salían mitos por todas partes. Wynalda (Estados Unidos) o las indumentar­ias chillonas de Jorge Campos (México). Yekini (Nigeria) o un Henrik Larsson (Suecia) con rastas. Las seleccione­s de Bulgaria y Rumanía al completo. Para esto, la colección previa de cromos era fundamenta­l. Extiendo esta obnubilaci­ón a la Eurocopa de 1996. Ahí me flipó República Checa. Un país de nuevo cuño. Qué bien han casado siempre el fútbol y la geografía. Me hice fan desde que tumbó a Italia en la fase de grupos e idolatré a Poborsky después de un gol antológico a Portugal en cuartos.

Ahora percibo que es diferente. Que la chavalada solo pone sus ojos en Messi, Cristiano o Neymar. Que solo se fijan en un James si marca media docena de goles y acaba pichichi del Mundial. Como si la clase media o baja estuviera para figurar. No ponen sus ojos en una Panamá histórica que está debutando, al igual que una Islandia con una población similar a la de Bilbao. El interés solo lo despiertan los cracks. Ningún niño quiere ser Sigurdsson.

Ver un Mundial con los ojos de un niño te hace ser cauteloso debido al desconocim­iento. Al menos es mi experienci­a. Partes desde el respeto al otro, aunque se suponga que sea de menor nivel. Pero tú no lo sabes. Ese respeto casi siempre se tiene desde el interior de los vestuarios. Desde fuera, cada vez menos. Buena parte de culpa tenemos los medios de comunicaci­ón o los propios aficionado­s.

Piden goleadas y pasa lo que pasa

A veces no es que el rival sea pequeño o que haya una diferencia abismal, solo es desconocim­iento. Incluso con dosis de prepotenci­a. Un cóctel muy peligroso. Las diferencia­s en el fútbol de élite cada vez son menores, excepto para unos pocos elegidos. Antes del España-Irán escuché y leí en varias ocasiones que los hombres de Hierro debían ganar de forma holgada. Algún osado incluso aseguró que la sub’21 de España golearía a la absoluta de Irán. Es típico decir que tal o cual equipo estaría en Segunda o en Segunda B. Ojo que en Bilbao también hay algo de esto. No hay que retroceder mucho: Zorya y Östersunds.

No trato de hacer apología del conformism­o. Pero sí del respetar al contrario. Porque en el fútbol no siempre gana el que tiene mejor plantilla. Hacer bien las cosas importa tanto o más. El Mundial es un claro ejemplo. Nadie vence fácil. 18 de los 22 partidos jugados hasta el Francia-Perú acabaron con empate o con victoria mínima. Argentina no pudo con Islandia ni Brasil con Suiza. Alemania perdió con México. Sin pasar por alto el aspecto físico. Todos llegan justitos tras una temporada con mucha tralla y cuesta imprimir chispa. La cabeza pesa mucho

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FOTO: EFE Mundial igualado Islandia consiguió arrancar un empate ante la Argentina de Messi y Gylfi Sigurdsson fue uno de los destacados

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