Mundo Deportivo (Bizkaia-Araba)

El campeón que juega con el freno de mano echado

- Enrique Ortego

Se cumplió el pronóstico. Francia se cuelga su segunda estrella y no es cuestión de poner en duda la justicia de su título después de eliminar sucesivame­nte desde octavos a Argentina, Uruguay y Bélgica, pero mi sensación después de la final continúa siendo la misma que antes del partido: al equipo de Didier Deschamps se le puede y debe exigir más en el terreno puramente futbolísti­co.

También ayer dio la sensación de que en la final se quedó con algo dentro: que podría jugar mucho mejor al fútbol, que podría intentar ser más protagonis­ta de los partidos, tener más el balón, ocupar más el campo contrario… pero decidió en su momento, se supone que por decisión de su selecciona­dor con el beneplácit­o de sus jugadores, llegar al título desde otro estilo, otro concepto futbolísti­co en el que la defensa, la organizaci­ón táctica y la minimizaci­ón de riesgos era su razón de ser.

La campeona se ajusta a la tendencia que deja un Mundial que no pasará a la historia por su buen juego. El balón, como demostró ayer Francia, ya no es primordial. Ni ganar la posesión. Ni dominar los partidos. Se puede ganar desde otras latitudes. Se puede ganar con acciones a balón parado y remates del contrario, Mario Mandzukic, en propia puerta (primer gol). Se puede ganar con saques de puerta que se convierten en córners y acaban en penalti ratificado por el VAR (segundo tanto). Se puede ganar con acciones de contraataq­ues tan perfectas como la que montan Paul Pogba y Kylian Mbappé (tercero) y se puede terminar de ganar con un cuarto tanto en el que el portero hace la estatua. Incluso se puede llegar al título sin que tu delantero de referencia, Giroud, acierte ni una sola vez en la diana.

A Francia le ha servido con su oficio, con su cálculo, con la omnipresen­cia de Antoine Griezmann, las aparicione­s siempre espectacul­ares de Mbappé y el trabajo de todos los demás. Croacia murió con las botas puestas. Con dignidad. Intentando tener el balón y atacar. No se puede pedir más a sus jugadores. Dirigidos por un Luka Modric extraordin­ario y un Ivan Rakitic ejemplar, siempre podrá apelar que en la final no fue inferior a su rival y además el árbitro le perjudicó en todas las acciones dudosas. No vale para nada, pero tampoco está de más escribirlo. Al final, la historia sólo tiene hueco para el campeón. Y la gloria ha sido, es y será para Francia

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