Caviar y barro
El no saber adaptarse a las circunstancias que se dan en un partido continúa siendo una de las grandes lagunas de la Real. Todo lo que se salga del guión, le crea un cortocircuito. El primer golpe le suele derrumbar. Parece que para ganar los partidos, se tienen que dar las condiciones perfectas. Es muy difícil que venza si el rival se le encierra mucho y le entrega la pelota, como le suele pasar en los encuentros de casa. Generalmente deja de competir cuando se queda con uno menos. Hay equipos que desarrollan la capacidad camaleónica de ajustarse a lo que pide el partido, que alquilan una parcela en el camping si no les llega para un hotel. Que, con pequeños retoques, ordenados desde el banquillo o llevados a cabo por iniciativa propia por los jugadores, logran que no se manifieste en el juego la inferioridad numérica. La Real volvió a evidenciar en Eibar que no le van las sorpresas, que no tiene cintura para responder a eventualidades tan normales en un partido como el quedarse con diez. Mal que bien, hasta ese minuto 23 había competido. Tenía menos el balón y presencia en campo contrario que el Eibar, pero era un duelo de tú a tú. Con la roja a Aritz Elustondo se vino abajo, desapareció. Se achicó tanto que cometió un repliegue intensivo que no sabe hacer porque no tiene jugadores para ello. Y cayó. No ayudó en nada el técnico, con poca reacción para lanzar un salvavidas desde la banda. Cuando reaccionó, al descanso, fue para mal. Dejar a
Markel como lateral con Bebé no fue la decisión más inspirada, pero todavía lo fue menos quitar a Zurutuza del campo para meter a Zaldua. Para llegar lejos, hay que saber competir con sol y tormenta, con 10 o con 11, contra un rival que pone el autobús o contra el que se abre, comer caviar... y también barro