Made in Garbiñe Muguruza
No es de ídolos ni comparaciones, quiere su propio sello
Garbiñe Muguruza (Caracas, 8 de octubre de 1983) no es de ídolos deportivos ni comparaciones: “Yo soy Garbiñe. Si me comparan con Arantxa o Conchita, genial, pero yo prefiero que la gente piense que ha llegado una nueva jugadora”.
Venezolana de nacimiento, como su madre Scarlet Blanco, vasca por parte de padre, José Antonio, como denota su nombre y el de sus hermanos mayores, Asier e Igor. Empresario, emigró con su empresa de tornillos a las Américas. Pero también española, nacionalidad con la que decidió jugar a partir de octubre de 2014. Así como una raíz catalana porque en Santa Coloma de Cervelló, en la Academia Sergi Bruguera, se asentó de niña y empezó a desenvolverse con la raqueta mientras sus hermanos probaban suerte en un deporte que acabó siendo el destino de la pequeña. “Nunca tuve dudas, quería ser tenista”.
A los 17 años inició la lucha profesional, de la de la mano de su entrenador Alejo Mancisidor. Juntos vivieron el sabor de un primer título,en Hobart 2014, procedente de la fase previa y después de haber experimentado asimismo la cara más amarga del deporte.
Venía de haber estado seis meses de baja por una operación de tobillo. “Una lesión es lo peor, frustrante. No hay nada peor para un deportista que no ejercer como tal. Estar sentada en una silla mientras ves jugar a las otras resulta muy duro, pero también me ayudó a valorar lo importante que es poder hacer lo que más quieres”, rememora Garbiñe. En la segunda ronda de Roland Garros 2014 se dio a conocer al mundo con la victoria por doble 6-2 sobre Se- rena Williams. Y la eclosión llegó plantándose en la final de Wimbledon 2015. Justo después rompía con Mancisidor, fichando al técnico francés, erradicado en Estados Unidos, Sam Sumyk. “Busqué algo completamente diferente,a alguien que haya vivido lo que es el top de verdad”, relató Garbiñe.
No le tiembla el pulso a la hora de decidir: si española o venezolana, relevos técnicos, fijar su residencia en Ginebra, porque “es un buen sitio para entrenar y allí vive buena parte de la familia de Sumyk”, explicó. No hay obstáculo en el camino que la intimide: “En el circuito no hay amigas. Es difícil decir a alguien hola y qué tal cuando lo que quieres es ganarla”.
Estaba llamada a ser una grande, y ya para ser de la mejores, y ya tiene un Roland Garros y un Wimbledon en sus vitrinas a los 23 años. “Nadie gana por su cara bonita”, avisa, aunque cuide con esmero su aspecto físico. “Sí, soy coqueta, supongo que me viene de mi parte venezolana. La cabezonería, la vasca. Es importante cómo vas vestida a la pista y casi siempre vamos en chándal durante los torneos, así que me gusta vestirme bien fuera”. Y siente pasión por los aparatos que le permiten escuchar música o ver series
Cogió una raqueta a los 3 años y a los 6 ya tenía claro que quería ser tenista profesional
Se confiesa tan cabezona como coqueta, “mi parte vasca y venezolana”