Mundo Deportivo (Gipuzkoa)

SALTO A CIEGAS

Beitia debuta hoy para intentar meterse en la final de altura en un año marcado por sus problemas físicos Dolores en cadera y hombro han menguado sus resultados hasta desaparece­r de la lista de favoritas

- Joan Justribó

Ruth Beitia (38 años) comienza hoy, con la calificaci­ón para la final del salto de altura, la andadura en su octavo Mundial seguido con una modestia impropia de la campeona olímpica vigente que es. Las circunstan­cias mandan: un año después de tocar el techo de su carrera en los Juegos de Río, no está ahora, ni de lejos, entre las favoritas a un podio que España necesita para no irse de vacío de un Mundial por primera vez. Pero esta vez todo es más complicado. Si sus resultados durante la temporada fueran la única variable a considerar, Ruth estaría fuera de la final. “Es un Mundial a ciegas para mí, no sé qué esperar”, reconocía horas antes de entrar en acción.

Dolor en el hombro, dolor en la cadera. Así ha pasado Beitia los últimos cuatro meses. Sus resultados en los meetings veraniegos fueron decepciona­ntes (1,94 como mejor marca al aire libre, apenas 12º en el ranking del año) y, de común acuerdo con su técnico, Ramón Torralbo, decidió parar un mes para no estresar aún más el cuerpo. Pero el regreso ha sido igualmente difícil y, aunque las sensacione­s físicas mejoraron y desapareci­ó el dolor, las marcas no mejoraron tras su vuelta.

Por el camino ha habido retoques técnicos, recuperand­o una carrera de nueve pasos para atacar el listón con más confianza. Pero las expectativ­as no son altas. “La primera lucha es saltar lo suficiente en la calificaci­ón para meterme en la final, que no es fácil en las condicione­s actuales. Y una vez en la final, tirar de experienci­a y ver hasta dónde puedo llegar. Es ir a ciegas. Nunca había estado tanto tiempo lesionada. Llegaba a un campeonato y pensaba en las medallas. Esta vez no, solo puedo pensar en mejorar y competir, pero una vez en la final, si se pone a tiro...”.

Es la esperanza que mantiene Ruth, siguiendo las sensacione­s de su cuerpo. Ha aprendido con los años a disfrutar en la alta competició­n, cerrar la puerta a la ansiedad. “He entendido que tengo que ver el atletismo como una pasión, y eso me ha ayudado desde que decidí regresar en 2012”, después de una primera retirada de la que, por suerte, se desdijo pronto para enlazar tres oros europeos, su única medalla en un Mundial (Moscú 2013) y el oro olímpico de Río.

María y las demás

Si a Beitia le da apuro pensar en las medallas en un año que ella califica de “horroroso”, ya se ha sacado de la cabeza pensar en el oro. Está adjudicado de no mediar una sorpresa descomunal. La rusa Maria Lasitskene -María Kuchina cuando competía con su apellido de solteraes imbatible y una amenaza para uno de los récords mundiales más antiguos, los 2,09 metros de Stefka Kostadinov­a (1987). Lasitskene, que no escuchará el himno ruso en el podio si gana, ni lucirá el uniforme de su selección sino unos colores neutrales designados por la IAAF para los atletas de su país a los que ha permitido salvar el veto a Rusia por dopaje, ha hecho los diez únicos saltos de la temporada por encima de los dos metros, yéndose hasta unos impresiona­ntes 2,06. Es un oro cantado

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