Emociones al límite

Para bien o para mal, así es esta Real. No deja indiferente a nadie. Es eléctrica, excitante, generadora de emociones. Tiene una personalidad y un ADN. Y va a ser imposible cambiarla a corto plazo. Hay que quererla como es. Entrañable, sí, pero descarnada. Con el rigor y la laboriosidad propia de los guipuzcoanos, pero con ese punto suicida que le lleva a aborrecer los empates, a buscar indefectiblemente la victoria aunque la igualada sea canela en rama. Un triunfo como los logrados ante el Celta y el Depor en los últimos minutos por arriesgar sin pensar en las consecuencias vale tanto como tres empates logrados a fuerza de replegarse y dormir el partido. El estilo de la Real le impele a buscar la posesión y acumular jugadores en campo contrario, a desplegarse con alegría, a buscar apoyos por dentro para hallar la profundidad por fuera, a marcar un gol más que el contario, concediendo quizá más de lo saludable en la huerta propia. Y las características de sus futbolistas son idóneas para desarrollar ese fútbol que no hace prisioneros. 13 goles a favor y 13 contra en seis partidos de Liga, el segundo máximo goleador y el cuarto más goleado. Son estadísticas que definen bien a esta Real sin término medio. Un equipo que jugó con tres defensas que el año pasado estaban en el Sanse y un cuarto que cumple su segundo año en el primer equipo. Es fácil pensar que no se debe perder en cinco minutos lo amasado en 85 tras neutralizar dos veces la ventaja adquirida por el Valencia. Pero esta Real no está hecha para protegerse, ni para vivir agazapada. Juega al límite. No hay un Kondogbia, elemento que quizá se añora. A Markel y

Gazta se les enseñó la puerta de salida, pero hay tres delanteros centros más Juanmi. A la Real se lleva en el corazón, aunque sea así de taquicárdica