Un año difícil de olvidar
La vida de los individuos no se mide en horas, sino en momentos, y éstos se convierten en memoria cuando dejan huella. 2017 ha tenido unos cuantos, la mayoría positivos, aunque también alguno espantoso. Será complicado arrancarlos del disco duro. Quizá el más hermoso fue el experimentado en Balaídos, en aquel córner del anillo superior donde colocaron a unos centenares de hinchas realistas sedientos de gloria. Las nueve o diez horas de autocar y carretera merecieron la pena al comprobar que el cabezazo de Juanmi en el último suspiro del último partido de la temporada iba para adentro. Y tenía sabor a Europa. Esas lágrimas de alegría vertidas por el final feliz de una campaña sensacional fueron de emoción cuando Imanol Agirretxe, tras año y medio de lucha contra un destino cruel, volvía a jugar, el pasado 2 de agosto, y retomaba el vuelo con un ‘txitxarro’ marca de la casa. Era un desangelado lugar en el mundo llamado Haren y en un amistoso ante el Groningen, pero fue igual de intenso. E intensa asimismo fue la experiencia de los seguidores que decidieron acompañar al equipo en su aventura en la fría San Petersburgo, la hospitalaria Skopje o la bella Trondheim. Lugares con encanto, dos victorias en tres partidos. Para algunos, tanta excitación ha generado un gol de la Real o una diablura de Januzaj como ver trabajar a las máquinas y las grúas en el año en que comenzaron las obras de Anoeta, las que aniquilarán las pistas de atletismo. Pero, claro, poco comparable a esa sensación de plenitud que produjo el gol de Vela en su adiós, que confirmaba una victoria balsámica y hacía justicia con un genio del balón. La eliminación copera, vergonzosa, está al otro lado, como este surrealista episodio con Qbao. Año inolvidable, sí. Feliz 2018