DIARIO DE UN VIAJERO
Los movimientos entre bambalinas de esta semana van en dirección contraria al inmovilismo de un Eusebio condenado a un escenario de cara o cruz
El 13 de junio de 2010 Eusebio asistió desde la barrera al ascenso de la Real en Anoeta. Ocupaba el banquillo de un Celta que, aunque amagó con amargar una de las tardes más hermosas de la historia contemporánea del club, capituló ante el peso de la púrpura. En aquel guión no tenía cabida nada que no fuera el ansiado regreso a Primera de la Real. Han pasado algo menos de ocho años desde un día inolvidable y el tiempo no ha transcurrido en vano.
Es difícil establecer una radiografía exacta, sobre todo para los más jóvenes, para quienes no vivieron los años de plomo, de aquella situación desde el prisma actual. Si establecemos una comparativa en términos de exigencia, las obligaciones de la Real se han multiplicado exponencialmente desde entonces, si bien en los tres años que jugó en Segunda su objetivo innegociable fue máximo, el ascenso. Siete años y medio después, con 100 millones de euros de ingresos y una realidad deportiva y económica consolidada, no se puede asistir sino desde el más profundo desaliento al pobre comportamiento que está teniendo el equipo en los cinco primeros meses de competición. Tan pobre que, con otros cuatro meses por delante, ha comprometido seriamente el balance definitivo de la temporada.
Los acontecimientos de esta semana han ratificado que la Real vive su más profunda crisis desde noviembre de 2015. Aunque el club, desde su cúpula, ha lanzado un mensaje de ‘aquí no pasa nada’, su lenguaje corporal, sus gestos han ido en otra dirección. La puesta en escena de Jokin Aperribay en los micrófonos televisivos previos al partido contra el Barcelona resultó desconcertante y surrealista, casi a partes iguales, al rechazar de plano que se esté cuestionando a Eusebio, cuando no sólo los resultados ponen en tela de juicio la tarea del entrenador. Parte del Consejo no comulga con esa fe ciega en el técnico y el propio presidente y el director deportivo con la cena y la comida que han tenido con el entrenador y con los capitanes, hacen visible que sus gestos no van tan de la mano de la presunta confianza absoluta en la labor del vallisoletano. Es relevante, además, el hecho de que Aperribay se citara a comer con Prieto, Illarra,
Agirretxe e Iñigo a plena luz del día en el centro de Donostia, ya que el envoltorio de la cita tiene un punto de exposición que parece pretender querer hacer ver que algo se mueve.
Justo en la dirección contraria del inmovilismo táctico del que hace gala Eusebio, que le condena a un escenario de cara o cruz. O el equipo florece, a lo grande, en la línea de los mejores pasajes futbolísticos de la pasada temporada o la Real será un cadáver. Bonito, pero cadáver al fin y a la postre.
El entrenador está en su derecho de creer que algo va a funcionar aplicando el mismo método de forma machacona pero no tiene tan sencillo convencer a la mayoría de que lo que no ha sido competitivo hasta ahora vaya a serlo, sin matizar algo en el posicionamiento del equipo, en el estilo de juego o incluso en el personal que lo desempeña. Para lo que ya no hay margen es para mantener la agotada dialéctica de que este es el camino a seguir, por el que llegarán los resultados. O
Eusebio y la Real empiezan a ganar partidos o el tiempo se la acabará al entrenador