El surtidor de recuerdos

El seguidor mide el fútbol en partidos y puntos, pero el hincha lo divide en momentos y recuerdos. De ellos se alimenta la pasión por unos colores. Está más sólidamente afincado en la mente dónde estaba uno cuando Zamora en Gijón en 1981 o Juanmi en Vigo en 2017 marcaron a última hora que cuál fue el resultado de esos partidos. Europa, quizá por infrecuente, ha sido un próspero surtidor de momentos, recuerdos y pasiones en la Real. Y sólo cabe esperar que siga siéndolo los próximos meses, por qué no. Esta misma temporada, la Real ha demostrado que la Europa League es su universo paralelo, su Narnia. Ganar al Levante el domingo es necesario, pero sólo existe hoy. Europa. Ese lugar casi onírico que fabrica recuerdos con sólo cerrar los ojos. Es hacerlo y ver al aita mentando el árbol genealógico entero de un árbitro suizo que se hizo el sueco para impedir que la Real jugara la final de la Copa de Europa en 1983. O lanzar sapos y culebras por la boca desde esa esquina de Atotxa entre el Fondo Sur y Preferencia Central, cuando Fuentes envío los sueños de la UEFA a la Torre de Atotxa delante de la portería del Sttutgart en 1989. O, ya como redactor en este diario, lanzar un: ‘Paren las máquinas’, al escuchar una tremenda ‘rajada’ de Westerveld por la incomprensible alineación de Denoueix en Turín, en la Champions de la 2002/03. Y, como cronista, el regodeo de un ruso corto de luces que nos pusieron delante con cada gol del Krasnodar o el goce de relatar la venganza de Griezmann al fútbol francés que le rechazó por bajito con su chilena en Lyon, la carrera hacia el gol de un Maradona moreno y con acento mexicano llamado Vela en Anoeta o los cuatro goles de WJ en Macedonia. Europa da. Europa marca