La primera final

Esta temporada nació con grandes expectativas. Por un lado, el espectacular juego y los mejores resultados de la pasada temporada legitimaban a aspirar, incluso, a un salto de calidad. Además, si en algún lugar lo tuvieron claro fue en las altas esferas del club, lo que elevó el listón desde la propia institución. Loren habló abiertamente de ganar un título, teoría que Aperribay siempre abrazó, no sólo para la actual campaña, sino como anhelo máximo a conseguir en forma de legado a la conclusión de su mandato. A estas alturas de la temporada, la cuestión se encuentra más en ese punto en el que los responsables deportivos tendrían que justificar cómo es posible que se hayan arrastrado por los suelos esas previsiones pero, en cualquier caso, han encontrado lo que de alguna manera buscaban: una final. El partido de mañana es lo más parecido para la Real a una cita definitiva en la que se reparte un título. Es obvio que no alcanza esos límites, no en vano sólo está en juego el avance a los octavos de final de la Europa League, un umbral que el club ya conoce en su historia. Pero, precisamente por eso, y por lo adverso del resultado en Anoeta, el partido incluye la épica y los ingredientes perfectos para protagonizar una de esas páginas que quedan grabadas en la historia del club. Los jugadores deberían pensar por un momento en lo que darían todos los que les van a apoyar mañana, en el campo y desde Gipuzkoa, por jugar un partido como el de Salzburgo. Es obligado ese ejercicio y deben pensar que juegan por ellos. Los cerca de 1.900 aficionados que haya en el estadio les harán jugar como en casa. El premio es la gloria y el rival está al alcance de su mano si despliegan su mejor fútbol. Es la primera final de la temporada. En su mano está que haya más