Sólo fue un sueño

Anoche tuve un sueño. Soñé que viajaba en un avión repleto de jugadores de fútbol, patrocinadores e informadores de bien hacia una fea ciudad de Alemania. Gracias a Dios, mis habituales pesadillas se convirtieron en un placentero descanso en el que me recreé retratando e informando sobre una marea humana vestida de txuri urdin trasegando cerveza en terrazas y establecimientos donde había quien entonaba el txuri urdin mientras ingería una salchicha Bratwurst cubierta de mostaza y rodeada de cebolla frita. Mi corazón se encogió al comprobar que la marea humana hacia el campo no acababa nunca y que los paisanos del lugar miraban mitad extrañados mitad maravillados por el carácter festivo y pacífico de la kalejira. Nada comparable con la emoción de presenciar un estadio repleto y una grada increíble, vertical, repleta de aficionados vestidos de amarillo que cantaban algo en alemán que repicaba hasta los tuétanos. Lástima que el ‘Erreala Alé’ entonado por 5.000 gargantas envueltas en bufandas blanquiazules fuera aplastado por el infame himno de la Europa League, que suena hasta melódico por lo que representa. El pitido del árbitro del inicio del encuentro era el ulular no menos infame del móvil. Niños a la ikastola. No. Hoy no estamos volviendo de Alemania. Y la Real se entrenó ayer en el ‘z2’ de Zubieta, no jugó en el majestuoso Signal Iduna Park. No había 5.000 hinchas de la Real en las calles de Dortmund, quizá sí un puñado de seguidores del Salzburgo. Era un sueño porque el sueño se acabó. Fue algo irreal porque la Real fracasó en Salzburgo ante 2.000 incondicionales que se pelaron de frío a menos tres grados y una sensación térmica de menos 7. Oyarzabal tiene razón. La deuda pendiente es enorme