Reconstruir lo derruido
La puesta de largo de Roberto Olabe no dejó demasiadas certezas, más allá de un cuaderno de bitácora con el que difícilmente se puede estar en desacuerdo. La gran dificultad está en el desarrollo de esa hoja de ruta, en ser capaces de hacerla atractiva y competitiva a ojos de una gran mayoría de aficionados mucho menos educados en algunos de los conceptos teóricos que se manejaron ayer en Anoeta. Hoy en día creer en que se va conseguir es un acto de fe, sólo el tiempo dirá si se logra. El seguidor medio de la Real lo que desea básicamente es que el equipo gane partidos y le permita sentirse identificado con lo que ve sobre el césped, algo que esta temporada ha estado lejos de ocurrir en demasiados partidos. Si todo esto, además, sucede con un número elevado de jugadores de casa, mucho mejor. Los criterios profesionales que, según se expuso ayer, van a regir en el club en los próximos años son fácilmente compartibles por la mayoría de la masa social. Nadie puede poner pegas a que haya que elevar el nivel de exigencia, a que la ilusión final sea incluso ser campeones, al reconocimiento de que la Real es un club demasiado irregular al que le cuesta instalarse en el éxito o incluso la constatación de que el dinero de la televisión dificulta el trabajo con la cantera porque dota de herramientas económicas a clubs de alrededor que históricamente no eran competencia. A partir de ahí, al aficionado sólo le compete acudir al campo a disfrutar. De todo lo demás, de poner los medios para lograrlo deben ocuparse los profesionales, que para eso cobran su buen dinero. Y esta temporada la dejación de funciones ha sido total. Tanto, que según el nuevo director de fútbol el club está en fase de reconstrucción. Eso es que algo se ha derrumbado. No es poco