Sin un punto de locura

La Real dijo adiós a sus opciones europeas en un partido políticamente correcto. Quizás demasiado. Hacía falta un punto de locura, de vértigo y rock and roll en el encuentro que era todo un cara o cruz para los txuri urdin y poco de eso se vio. Y si se vio, fue demasiado tarde. Es cierto que si una de las claves del encuentro era hacerlo largo, que cundiera el nerviosismo en una grada ya de por sí de frenopático por la pésima temporada del Sevilla, la Real cumplió bien con esa parte del trato. Incluso pareció ir a más en una primera parte en la que jugó con personalidad. Es más cierto todavía que la derrota llegó por un penalti muy riguroso, en el que, eso sí, Llorente volvió a salir en la foto y ya van unas cuantas veces. No fue más penalti, desde luego, que el que el colegiado no pitó casi al final del partido cuando Mercado derribó a Juanmi en una acción que pudo suponer el empate. Expuestos los atenuantes, al partido de la Real, sobre todo una vez que se puso perdiendo, le faltó esa sensación de ir a jugárselo todo a la desesperada porque el empate no le servía para nada. Quizás llegó en los cinco últimos minutos, ya con Juanmi, Bautista y Willian José en el campo. Demasiado poco margen para comprometer a un Sevilla que, de la mano de Caparrós, consagró buena parte de la recta final a que no se jugara. Al fin y al cabo, el mejor txuri urdin del partido fue Moyá que mantuvo con vida durante varias fases del encuentro a la Real. Que no era una empresa sencilla asaltar ayer el Sánchez Pizjuán, se sabía. Que la Real se marchó de Sevilla con la extraña sensación de haber jugado el partido como si fueran tres puntos más, como si el empate no fuera malo, también. El partido de ayer, llegado un momento, exigía ser jugado a tumba abierta y si la Real lo hizo, fue muy tarde