Mundo Deportivo (Gipuzkoa)

Gracias por tanto

Xabi Prieto se ha convertido en el ídolo del siglo XXI porque ha demostrado con hechos lo que para muchos se queda en palabras: que siempre jugaría en la Real

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Si hubiese sido por la gente, Jesús Mari Satrústegu­i todavía estaría dando vueltas de honor al césped de Atotxa el día de su retirada. Un 2 de septiembre de 1986, después de que el máximo goleador de la historia de la Real, a los 32 años, hubiera tenido que precipitar su retirada porque tras la maldita lesión que le provocó el jugador del Zaragoza Zayas no volvió a ser el mismo, el viejo campo de Duque de Mandas fue un clamor. Satrus, generoso y gran persona, como siempre se ha encargado de demostrar, trataba de dar la mano, uno a uno, a cada aficionado que se encaramaba a las vallas que entonces rodeaban los estadios. No se recuerda un adiós similar.

El adiós de Arconada y Zamora, tres años después, también fue memorable, si bien no tuvo la pasión que tuvo la despedida a Satrus, no en vano pocos jugadores concitaban la ascendenci­a del navarro entre los aficionado­s. Era el gran ídolo de la afición, y, además, que tuviera que marcharse por las lesiones supuso una gran desazón. En aquella tarde de 1989, el portero, además, no pudo vestirse de corto y quizás esa circunstan­cia le quitó algo de calor a la vuelta de honor dada por los dos mitos después de que Iñaki Alkiza les impusiera la insignia de oro y brillantes.

La última gran despedida de Atotxa la protagoniz­ó Górriz, coincidien­do además con el último partido del viejo campo en 1993, lo que otorgó aún más magia a una tarde en la que el entrañable central irundarra abandonó el campo a hombros de sus compañeros tras derrotar al Tenerife (3-1) con goles de Oceano y Kodro.

Por la razón que fuera, en Anoeta, durante muchos años, la Real no acertó a despedir a algunos de sus jugadores más emblemátic­os. Fríos fueron los adioses de Larrañaga, Fuentes, Loren o De Pedro (los dos últimos sin poder vestirse de corto), por ejemplo, y hubo, además demasiados casos de jugadores que se fueron por la puerta de atrás: Alberto, Aranzabal, Kovacevic... Con algunos, todavía, se está en deuda.

La magia de este tipo de ocasiones se recuperó con el último partido de Mikel Aranburu. La despedida del azpeitiarr­a fue preciosa, tan emotiva como sencilla, un agradecimi­ento a ese tipo de jugador con el que la grada tanto se ha identifica­do, una muestra sincera y humilde de decirle gracias por tanto, gracias por todo. Fue una fiesta en la que se fusionaron bien el cariño de los seguidores y el de sus compañeros, sin necesidad de gestos provocados ni artificial­es que hicieron más verdadera y especial la velada. Un ejemplo de cómo se tendría que despedir a estos futbolista­s a los que la Real les debe tanto.

Hoy se va Xabi Prieto, otro futbolista a incluir, como Aranburu, en el olimpo de personajes a los que la Real tanto les debe. Por demostrar que se puede ser feliz jugando sólo como txuri urdin. Y, en su caso, pudiendo decir que ha sido su elección. Porque se habla mucho de la Real campeona, pero muchos de aquellos jugadores no hubiesen jugado toda su carrera como txuri urdines si la ley de entonces, el derecho de retención, no hubiese permitido a los clubs mantener a los futbolista­s sólo con subirles un 10% el sueldo cada final de temporada.

Xabi Prieto, el niño que no soñaba con ser futbolista sino con jugar en la Real, ha convertido su sueño en realidad producto de sus decisiones. Y eso le hace más grande. Y por eso se ha convertido en el auténtico ídolo del siglo XXI de la Real porque, más allá de sus cualidades futbolísti­cas, ha demostrado con hechos lo que para muchos se queda en palabras: que, desoyendo todo tipo de cantos de sirena, siempre jugaría en la Real

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El niño que quería jugar en la Real Prieto, de txuri urdin, en una imagen cedida por su familia

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