Casi se cae hasta el Txindoki
Los irreductibles que se quedaron cuidando de Amezketa vibraron con la segunda txapela profesional de su hijo pródigo: Jokin Altuna
Como en su día con Joxan Tolosa o, en un contexto socialmente más amplio con Pernando Bengoetxea ‘Amezketarra’, la coqueta localidad guipuzcoana que se esconde a los pies del elegante Txindoki se convirtió en el epicentro de la actualidad en Euskal Herria con esa final manomanista que nunca defrauda a efectos pasionales. No era para menos: Amezketa alardea hoy de un nuevo hijo pródigo como Jokin Altuna, candidato a marcar una época en la pelota a mano.
Decir que el pueblo del campeón manomanista se quedó pequeño sería faltar a la verdad porque el núcleo duro estaba en Bilbao, escenario de la final contra Aimar Olaizola. Altuna III tenía la potestad, gentileza de su empresa Aspe, de repartir 200 entradas para quien tuviera el deseo de verle en riguroso directo. No hubo fortuna para todo el mundo.
Una treintena de irreductibles cuidaron de Amezketa con una cerveza en la mano y vibrando de lo lindo. Mucho antes siquiera de que la moneda cayera de lado azul para dictaminar quién sacaba primero. Los txikis, sus familiares y demás amistades engalanaron Amezketa con pancartas, sin que denominar “txapeldun” a Jokin pareciera una burda premonición. Ellos lo sienten así.
Fueron los que no estuvieron en el Bizkaia pero vibraron como si se sentaran en las butacas de cancha, agotando las existencias de su garganta. ‘Arkaitzpe’, ‘Beartzana’ y sobre todo ‘Ametza’ eran los bares que eligió la cátedra para reunirse y empujar, desde la distancia, al ídolo de los nuevos tiempos.
Apoteosis final
La final entre Altuna III y Olaizola II fue dura, más que nada en su primera fracción. Precisamente cuando los lugareños fueron tomando posiciones, según el gusto de cada uno. Alguno decidió seguir el partido dentro del bar. Otros prefirieron la terraza, donde hoy en día también se pueden seguir los eventos deportivos a través de la pequeña pantalla.
Como si madurara un alimento de cosecha propia, Jokin Altuna masticó la victoria en un tramo definitivo imponente. Unas tacadas con las que su gente saboreó la txapela, momentos en los que Amezketa, lejos pero cerca de Bilbao, se vino abajo.
Casi se tambaleaba hasta el Txindoki, Tolosaldea en su integridad, también la Gipuzkoa pilotazale, cuando Altuna III tumbó a Olaizola II alcanzando el tanto 22. Turno para que la euforia se desatara sin control, para los abrazos y para los brindis. Los más veteranos se daban cuenta de lo que acababa de ocurrir y los txikis quizá no tanto, pero la pasión era generalizada. Como si en lugar de 30 personas hubiera más de mil en todo el pueblo.
La apoteosis final estaba justificada. La gente que ha visto crecer a Altuna III en esas calles comprobaba que aquel niño amigo de dar pelotazos en la cocina de su casa ya tiene dos txapelas profesionales. La que se adjudicó en diciembre con el Cuatro y Medio en juego y la que se ganó ayer, la más preciada del Manomanista. Es el orgullo del pueblo