Un templo que no solo rugía con la Real
El exdelegado Matías Jiménez repasa su larga relación con un campo que también adoraba al Sanse y al Juvenil
En la grada y en la hierba. El ex delegado de la Real -y actual director de partidos- Matías Jiménez (Donostia, 1954) tuvo la suerte de beber suculentas historias de las dos partes de Atotxa. Desde la tribuna consiguió “ver, oír, oler y tocar” el fútbol más primitivo y exigente de Segunda, con históricos como Condal, Europa, Badalona, Osasuna o Indautxu poniendo a prueba a los txuri urdin. A ras de césped saboreó las mieles del éxito y pudo conocer las entrañas del estadio, dotadas de unas alturas imposibles, unos pasillos claustrofóbicos “donde no cabían dos personas de perfil” y un ambiente con aroma “muy antiguo y me atrevería a decir que hasta peligroso”.
Una amaratarra como él lo tenía relativamente fácil para acudir al campo. “Cogía el paseo del Arbol de Gernika, pasaba por delante de las antiguas oficinas del club, cruzaba el puente, subía por la puerta de Brandenburgo y ya estaba allí”, rememora. Con la sincera ilusión de cualquier otro niño, debutó muy joven en el antiguo campo txuri urdin, con tan solo 8 años “y las entradas de unos amigos”, aunque no fue hasta que cumplió la decena cuando se hizo socio de manera oficial: primero detrás de la portería, luego con la cuadrilla en la zona de Mujika y más adelante en la tribuna del Mercado de Frutas.
Tiene claro que Atotxa “no tuvo nada que ver con cualquier campo del mundo” y hace hincapié en lo reviradas que eran las tripas y el túnel de salida al campo, donde “no se veía el césped hasta subir el último escalón”. Recuerda perfectamente el vestuario de la Real, “muy alto” y con la figura del águila vigilando. Una versión más moderna cuida ahora el de Anoeta.
Fue testigo directo de la transformación del terreno de juego. Al principio “el césped estaba en malas condiciones” y “apenas se pasaba la manguera” en vísperas de recibir al Real Madrid o Barcelona. Sin embargo, la llegada de Rafa Iriondo “cambió radicalmente” el panorama y con el objetivo primordial de ayudar a un juego más alegre, el verde acabó siendo “espectacular”. De eso puede presumir la Real también a día de hoy.
Matías Jiménez presenció infinidad de partidos de Segunda, vivió como uno más el ascenso, la época de Toshack... aunque su labor como delegado le permitió conocer Atotxa desde otro prisma diferente: el de los equipos inferiores del club, que alucinaban cada vez que jugaban en el mítico campo de Egia. “El torneo de Semana Santa comenzó allí y para mí fue emotivo”, recuerda. La Real jugó la final con Loren, entre otros, en el ‘once’. Además, vivió la fase de ascenso del equipo juvenil a Liga Nacional.
¡Cuidado con los ladrillos!
Desempolvar el baúl de los recuerdos exige cierta dedicación, aunque Jiménez saca enseguida dos momentos personales. El primero hace alusión a Parcet, guardameta del Hospitalet, que le causó una gran impresión en sus inicios y al que pudo tocar con la punta de los dedos en una ocasión. “Solíamos juntarnos detrás de la valla por si se acercaban los porteros a por la pelota”, rescata.
Sin embargo, no todo fueron sonrisas, emociones y celebraciones. En la década de los 60, “la mitad del campo estaba descubierto y en la tribuna de Duque de Mandas no se veía nada cuando llovía porque la gente sacaba los paraguas”.
Otro episodio que casi acaba en tragedia es aquel en el que “tuvimos que saltar al campo con bastante miedo porque alguien empezó a echar ladrillos desde la torre de Atotxa, que se encontraba en obras”. Desconoce Jiménez si el autor fue cogido por las autoridades
“En los pasillos no cabían dos personas de perfil y el vestuario tenía una gran altura”
“Cuando llovía no se podía ver nada porque la gente sacaba los paraguas”