Más allá del talento
Al margen de regodearse con la retrospectiva más gloriosa del deporte guipuzcoano, gracias a la Real de los ochenta, basta con desplazarse alrededor de un año atrás en el tiempo para observar las características que rocían a nuestros representantes con el brillo del éxito. Todos esos rasgos no se limitan al talento que puedan poseer para ganar. De acuerdo con una forma de ser que siempre diferencia a la gente en Euskal Herria, nuestros guipuzcoanos se elevan a los primeros puestos por sus arrestos, por la capacidad de sobresalir sin que de partida se cuente con ellos, todo con un comportamiento sigiloso, discreto, honrado y sacrificado. Tal y como las jugadoras del Bera Bera y la Real de hockey sobre hierba acudieron al Palacio Miramar el otro día, sede que MD propuso para celebrar los títulos con sus protagonistas. Estaban alegres por ser las mejores, pero sin aspavientos estrambóticos. Y lo que más enorgullecía sus corazones, sin duda, era haber conseguido ganar representando a una ciudad y una provincia que sienten como sustancia gris de sus cuerpos. Nada les ha hecho más felices que ser campeonas de liga con sus equipos donostiarras, guipuzcoanos, vascos. El Bera Bera y la Real han sido ‘txapeldunas’ cuando nadie daba un céntimo de euro por ellas. Nada es casual: como hace casi un año, cuando Orio se apuntó una obra maestra en la Bandera de La Concha. O como Jokin Altuna, capaz de ir tumbando a los pelotaris más temibles del cuadro hasta adjudicarse el Campeonato Manomanista. Nadie esperaba estos triunfos que se fueron forjando, como en el caso de Bera Bera y Real, gracias a la manera más plena de hacer deporte: ganar con valores más cercanos a la humildad que al egocentrismo. Y no sólo por talento