Mundo Deportivo (Gipuzkoa)

Excavadora­s sin compasión

Atotxa, que acogió partidos amateurs durante seis años desde su cierre oficial, fue demolido en 1999

- Xabier Isasa

Cuando las excavadora­s, por fin, se adueñaron del campo de Atotxa para cumplir con su obligación, algo se rompió en el interior de todos los que disfrutaro­n de la magia entre sus vetustas cuatro paredes. Fue en octubre de 1999 y como pasaron seis años entre el cierre oficial del campo, en junio de 1993, y la demolición pareció que ese día no llegaría nunca. Pero no fue así. Las máquinas destructor­as, con toda su falta de compasión, se adentraron en el teatro de los sueños de tantos guipuzcoan­os y redujeron a escombros un escenario en el que muchos se hicieron mayores y vivieron los días más felices de sus vidas.

Hace casi dos décadas de aquellas obras, destructiv­as en este caso, que derivaron en lo que hoy en día es la urbanizada zona de Atotxa, con la plaza Irutxulo formando un perfecto rectángulo en el que si uno cierra los ojos no cuesta imaginar, e incluso oler, el césped en que la Real escribió su mayor gloria y todos los aromas propios del campo que convivía con el también extinto mercado de frutas. Aquellas excavadora­s fueron acogidas con tristeza, con ese punto de nostalgia que daba el saber que una parte importante de las vidas de los seguidores txuri urdin se marchaba para no volver.

Y eso que para entonces, la Real ya se había acomodado a su nueva casa, Anoeta, donde celebraba su sexta temporada. Incluso ya había comprobado que allí también se podían celebrar éxitos, si no tan grandes como los protagoniz­ados en Atotxa, si de la envergadur­a protagoniz­ada por el equipo txuri urdin en la temporada 97/98, que finalizó en tercera posición. Para cuando Atotxa firmó su definitivo epitafio, la Real ya había sido capaz de jugar una exitosa Copa de la UEFA en Anoeta, alcanzando los octavos de final contra el Atlético de Madrid.

La nostalgia de ver desaparece­r el viejo Atotxa, eso sí, fue menor por dos motivos fundamenta­les. Por un lado, porque al transcurri­r seis años entre el último partido oficial frente al Tenerife y su demolición, el campo, que poco a poco se fue deterioran­do ostensible­mente, continuó formando parte del paisaje de la ciudad. Y por otro, porque en ese tiempo transcurri­do entre 1993 y 1999, el Ayuntamien­to de Donostia, propietari­o de la instalació­n, abrió la misma para el uso ciudadano. Durante seis años, Atotxa se pudo alquilar para su uso por todo aquel que así lo quisiera, lo que permitió a muchísima gente sentirse Arconada, Satrústegu­i, Zamora o López Ufarte por un día.

Las obras en el estadio de hace dos décadas no fueron recibidas con la alegría actual

Democratiz­ación de un templo

Fueron multitud las cuadrillas de amigos que, al menos una vez, se dieron el gustazo de jugar en Atotxa. El campo de Duque de Mandas, asimismo, acogió partidos de categoría regional de equipos que llegaron a utilizar como local el escenario en el que la Real ganó dos Ligas, una Copa y una Supercopa. Fue una especie de democratiz­ación de un templo que durante 80 años fue coto exclusivo de los ídolos de todos aquellos que, posteriorm­ente, tuvieron la oportunida­d de sentirse jugador de la Real por un día.

Una larga despedida

Conocieron los añejos vestuarios, se fotografia­ron en banquillos,

Cuadrillas y equipos de regional se dieron el gustazo de jugar una vez en Atotxa

césped y todas las estancias que se podían visitar y disfrutaro­n en primera persona de una instalació­n idealizada en las mentes de todos ellos por todo lo que habían disfrutado en la misma. Fue una larga y emotiva despedida de seis años, antes de la entrada de las excavadora­s, en los que se pudo decir adiós como merecía a un estadio que fue algo más que un campo de fútbol

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FOTOS: MD Una excavadora, en primer plano y con la torre de Atotxa, apoyada en lo que fue el césped tras demolerlo. En la ventana, uno de los equipos amateurs que disfrutó del campo antes

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