Mundo Deportivo (Gipuzkoa)

‘¡Alberto, saluda!’

- Ángel LÓPEZ @sesteante

El tiempo suele dulcificar los recuerdos y alimentar las leyendas. Cada año que pasa, y se cumplen nada menos que 25 desde su último partido, Atotxa era más infierno para los rivales, más intimidant­e para el árbitro, había más barro, más gente se colaba y más vacía quedaba la botella de whisky que el gran Pedro Etxeberria dejaba en la exigua sala de prensa. Pero es verdad que tenía algo especial, que nos hacía considerar­lo más nuestro. Como relataba el escritor Ander Izagirre en estas páginas, ahora sufrimos ataques de nostalgia porque Anoeta no nos ha gustado tanto hasta ahora y porque lo que realmente nos gustaría sería volver a la edad que teníamos entonces. En todo caso, sí hay aspectos que se añoran del campo de Egia, que se pueden reparar en este nuevo Anoeta sin las inservible­s pistas de atletismo. La cercanía. Decía Océano que podía escuchar a sus hijos mientras jugaba y Satrus, que olía el humo de los puros. Otra costumbre de Atotxa era acudir pronto para coger buen sitio en Preferenci­a. Y, apostado ya en el fondo sur, observar y participar del calentamie­nto de la Real. Sí, participar. Mientras los futbolista­s hacían sus primeras carreras alrededor de la mitad del campo, los aficionado­s reclamábam­os su atención y empezábamo­s a hacer ver que estábamos allí con ellos. “¡¡Alberto, saluda!!”, “¡¡Alberto, saluda!!”. Y Górriz alzaba la mano mirándonos para algarabía de todos nosotros. Y así, uno a uno hasta arropar a los 11. Alguno se avergonzab­a y mostraba la palma de la mano con timidez mirando hacia abajo. Anoeta también ha llegado a ser una caldera algunas noches, pero esa conexión tan directa con el jugador se quedó en Duque de Mandas

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