El signo de los tiempos
A Illarramendi y a Willian José es necesario persuadirlos con ofertas competitivas en todos los terrenos; negarse a aceptarlo es admitir que no estás en condiciones de competir
La pasada semana conocíamos la existencia de los primeros movimientos serios por parte del club al objeto de consolidar los nexos de unión con dos de los futbolistas considerados por la dirección deportiva como fundamentales: Willian José e Illarramendi. La noticia no puede resultar más reconfortante, por cuanto evidencia que se trabaja en la dirección correcta y priorizando lo esencial sobre todas las demás consideraciones.
Llama la atención que se esté trabajando en la fidelización de dos futbolistas con contrato en vigor y, además, de cierta duración. Esto viene a poner de manifiesto, una vez más, la endeblez de los compromisos que se establecen hoy en día. Cuentan únicamente con la vigencia que quieran conferirle los propios interesados, sin tener en cuenta lo acordado en su momento, que pasa, automáticamente a ser poco más que papel mojado.
Curiosamente hablamos de estas cuestiones cuando aún está fresca en nuestra memoria la despedida de Xabi Prieto, que viene a encarnar los valores que siempre han distinguido a un hombre de club, en este caso, de la Real.
Es por eso que, tal vez en el caso de Willian José todo esto tenga algún sentido, pero no debería ser así en el de Illarramendi, un hombre formado en la casa y en los valores del club, y al que la fidelidad a la Real se le supone. Comportamientos como el de
Prieto pertenecen ya a un tiempo pretérito, marcado por conductas en desuso. Así que no queda más remedio que proceder de acuerdo a los cánones que imperan en el terreno empresarial y aplicarlos en todas las operaciones en curso.
A Illarramendi, como a Willian José, es necesario persuadirlos con argumentos tangibles; con ofertas salariales competitivas y con unas más o menos fundadas expectativas de mejora en todos los terrenos. Apelar a los sentimientos identitarios, evocar la gloriosa historia del club, el cariño hacia unos colores, puede servir para convencer a un chaval de 13 años, al que todavía no han alcanzado los planteamientos mercantiles que se han adueñado del fútbol profesional, pero para poco más.
Y no hay vuelta de hoja; negarse a aceptarlo es tanto como admitir que no estás en condiciones de competir.
Y es ahí donde se localiza esa curiosa dicotomía entre los dictados que marcan el trabajo de formación y los códigos que gobiernan el fútbol profesional. Y los jugadores, en un club de cantera como la Real, habrán de pasar indefectiblemente por los dos estadios y en la medida en la que todo lo aprendido en la primera fase tenga una mayor presencia, estaremos más próximos a alcanzar un resultado, en términos de fidelidad y compromiso, más satisfactorio y esperanzador