La cara B
La Real ha dejado en apenas una semana tres ejemplos que demuestran que en el fútbol no todo es de color de rosa
Solemos relacionar al futbol y a los futbolistas con el éxito. Envidiamos sus vidas, su profesión, la posibilidad de jugar ante miles de personas... Y quién no ha soñado con marcar ese gol que da un título a tu equipo. Ninguno reparamos en los miles de chavales que se quedan por el camino en la búsqueda de ese sueño porque relacionamos eso con una especie de proceso de selección natural. Pero tampoco nos fijamos, salvo que nos toque de cerca, en esos futbolistas que, habiendo llegado a la elite, se encuentran de golpe con un muro en ocasiones imposible de franquear que les quita la luz de los focos, generando frustraciones y decepciones difíciles de asimilar que hacen que en el fútbol no todo sea de color de rosa. Ellos son la cara B de este deporte y esta pasada semana la Real nos ha dejado tres ejemplos claros pero distintos, aunque con un denominador común que deberían hacernos reflexionar sobre lo complicado que es no ya llegar, sino mantenerse ahí arriba.
Uno de esos ejemplos es el de Imanol Agirretxe. Al de Usurbil le costó ganarse un sitio en la Real y a sus 28 años, cuando volaba más alto, cuando la luz de los focos era casi cegadora, vio cómo una dura entrada le sumergía en un proceso largo, lento, plagado de problemas y adversidades que finalmente le han llevado, con 31 años, a tomar la decisión de colgar las botas. Su entereza y su sonrisa el día del anuncio del adiós se contraponen con aquellas lágrimas de hace poco más de un año en Haren, en un partido de pretemporada, tras marcar un gol que delataba todo el sufrimiento arrastrado desde aquel fatídico 30 de diciembre de 2015. Y es que es inevitable pensar hasta dónde hubiera podido volar aquel Agirretxe que vivía un idilio con el gol, cuánto podía haberle dado a la Real y cuál podría ser hoy el tamaño de su leyenda.
Esta pasada semana también se conoció que David Concha jugará esta temporada con el filial txuri urdin. El cántabro, que llegó a la Real con 18 años el verano de 2015, lo hizo con la vitola de haber debutado con el Racing y con el cartel de internacional Sub 19. La entidad donostiarra abonó un millón de euros por un futbolista prometedor, llamado a triunfar pero que entre cesiones y lesiones no ha terminado de cuajar hasta quedarse sin dorsal y ficha en el primer equipo, bajando a un Sanse que compite en la misma categoría que el Racing de Santander del que salió hace años para crecer y convertirse en alguien importante.
Y por último está el caso de Martín Merquelanz, otra promesa al que las lesiones se empeñan en cortarle las alas como sucede con Jon Guridi. El 12 de diciembre del pasado año, el irundarra se rompió el cruzado de su rodilla izquierda en El Sardinero, justo ocho días antes de que Carlos Vela, cuya baja iba a cubrir, disputara su último encuentro con la camiseta de la Real antes de salir a la MLS. El viernes en Ipurua, a los pocos segundos de su esperado y merecido debut con el primer equipo, se rompía la rodilla derecha poniendo un asterisco en una incipiente carrera que auguraba muchas cosas buenas.
Son tres ejemplos de la otra cara del fútbol que la Real ha dejado en una semana y que, al tocarnos de cerca, nos hacen percatarnos de que no todo es tan sencillo, de que llegar es difícil, pero mantenerse ahí arriba lo es, si cabe, mucho más