EL TRIUNFO MÁS HERMOSO
Una Real plagada de bajas y con nueve canteranos gana con justicia en Bilbao en una excelsa segunda mitad Oyarzabal marca dos claros penaltis de Iñigo y Simón y deslumbra Luca Sangalli, autor del decisivo segundo gol
El estado de felicidad se debe parecer mucho a la emoción con la que los jugadores de la Real, jóvenes y guipuzcoanos casi todos, aplaudían al final a los aficionados txuri urdin que copaban un córner y que ya estaban levitando sobre el cielo de Bilbao, para dedicarles un triunfo verdaderamente hermoso. Lo fue por justo, por trabajado hasta la extenuación, por producirse en la cancha del eterno rival y bajo unas circunstancias límite, atosigados por las bajas de jugadores cruciales, titularísimos, con un ‘once’ con nueve canteranos -por siete el rival-, y una media de edad insultantemente joven. Fue la victoria más bella por meritoria. Quizá no la más plástica o la más ortodoxa, porque el rival tuvo más el balón (70%) y chutó más veces a puerta, pero sí una de las más memorables. Y en el mejor momento, con el ambiente trufado de dudas y con un parón de 16 días por delante. Como para no estar felices.
La Real se transformó en el Atlético de Simeone y Garitano supo sacar el máximo partido a un escenario que no invitaba a la gloria. El equipo donostiarra escrutó las debilidades del rival hasta dar con ellas, explotarlas y hacerle una lobotomía para robarle su personalidad y sus virtudes. Aguantó el tirón de una primera parte dominada por un volcado Athletic y cerró todos los caminos del enemigo con un planteamiento impecable en la segunda, pero siempre con el puñal entre los dientes: esperando el fallo del oponente, que llegó, para robar en campo contario. Fue una obra perfecta, porque no sufrió. Le costó pasarse el balón sin perderlo, tiene infinidad de carencias proponiendo, pero es difícil ser más competitivo con unos condicionantes tan negativos.
Nueve canteranos en el ‘once’
El entrenador tuvo que hacer encaje de bolillos para confeccionar su ‘once’ inicial por el aluvión de bajas por lesión, cinco; por sanción, dos, y por inoportunas molestias musculares de última hora, como las que sufrieron Willian José, que ni jugó y Sandro, que salió luego. Esto obligó al entrenador a componer un ‘once’ de marcado carácter autóctono y extraordinariamente joven, con nueve jugadores forjados en la cantera de Zubieta, ocho de ellos, todos menos Illarra, de 25 o menos años, la mayoría en Segunda B hace dos años.
El Athletic quiso concretar desde el silbido inicial su vitola de favorito y emprendió una presión asfixiante y muy adelantada de la que a la Real le costó muchos minutos salir. De ese primer aluvión, la única consecuencia, al margen de los cuatro saques de esquina en 16 minutos, fue la parada con la yema de los dedos que realizó Moyá tras un libre directo que se colaba de Beñat. Yuri barrenaba por la izquierda complicándole el debut del curso a Gorosabel, que terminó ajustándose y deteniendo al de Zarautz.
La Real comenzó a respirar el oxígeno bilbaíno en cuanto un deslumbrante Luca Sangalli comenzó a hallar espacios por dentro para sujetar el cuero, regatear y forzar faltas y tarjetas. De la que le sacó a De Marcos, con amarilla incluida, los txuri ur-
El VAR revisa la patada de Iñigo al cuello de Sangalli y concede el penalti del 0-1
din opositaron por primera vez al gol, con un lanzamiento de Pardo que buscó el ángulo.
El VAR hace justicia
El partido se había nivelado, sin soslayar el protagonismo rojiblanco, que llegó al descanso con una posesión del 70%. Y de una jugada aislada llegó el tanto realista, el primero de su historia propiciado por el VAR. Kevin forzó una falta que ejecutó Pardo. Tras un primer duelo, Sangalli, quién si no, acudió a cabecear y se encontró con la entrada de kárate fuera de revoluciones, como en él es habitual, de Iñigo Martinez, que le puso el empeine en el cuello. Pasó un minuto de juego hasta que el responsable del VAR, Martínez Munuera, instó a Hernández Hernández a revisar las imágenes sobre el campo. El suspense continuó porque al lanzaroteño le costó una eternidad decidirse y hacer justicia estableciendo la pena máxima. Pudo expulsar a Iñigo, pero lo dejó en amarilla.
Oyarzabal, en un alarde increíble de temple, primero miro al tendido repleto de camisetas rojiblancas y luego aguantó hasta que Simón se tiró para colarla suavecita por el centro. Luego se agarró el escudo, en una nueva demostración palmaria de que es el que ama y de que por eso no ha sucumbido a los euros del vecino.
La alegría en San Mamés duró apenas un minuto y medio. Le regalaron el empate al archienemigo, primero dejando una salida a Muniain, que parecía enjaulado entre cinco jugadores en la zona ancha, y luego con el desajuste entre Aritz, que despejó e Illarra, al que le rebotó el cuero.
Sangalli, descomunal
El Athletic achuchó, pero la Real llegó al descanso sin sobresaltos y en la caseta se transformó. Garitano ajustó a los suyos, tiró a Zubeldia a la derecha, centró a Sangalli y con un férreo 4-4-2 cortocircuitó por completo a un Athletic que ni asustó. Además, mató en su primer zarpazo. Tres jugadores rodearon a Yuri en campo contrario y Zubeldia fir- mó una jugada primorosa, robando primero, conduciendo, arrollando con el cuerpo a Beñat antes de centrar al área, donde Pardo arrastró y dejó pasar el balón entre las piernas y Sangalli sacó el mazo. Vaya partido de Luca.
Moyá sólo intervino para detener dos fáciles cabezazos de Williams y Susaeta y cazar algún balón aéreo. Y la felicidad se hizo carne en un balón presionado por Bautista a Yeray, que se la cedió con poca potencia al portero. Simón derribó al ariete de Errenteria y Oyarzabal volvió a marcar y agarrarse el escudo.
El Athletic volvió a acosar, pero sin orden. Casi marca Beñat, mordió Aduriz, pidieron algún penalti, pero el destino estaba escrito. La felicidad era realista tras la victoria más hermosa
La Real se disfrazó del Atlético de Simeone y explotó los fallos de Iñigo, Yuri y Yeray