Los días felices con el balón
El destino de todos los entrenadores está escrito. Tienen los días contados y, salvo casos excepcionales, como el de Wenger o Zidane, todos se marchan o destituidos o, como Garitano o Machín, buscando retos más ambiciosos. En ambos casos, especialmente en el primero, dejan un poso de decepción en el aficionado. Eusebio tuvo una salida traumática de la Real, en aquel domingo sangriento en que Aperribay fulminó de un solo disparo al entrenador y al director deportivo. Era marzo, pero ya habían enviado al limbo una de las temporadas más esperanzadoras de los últimos tiempos, sin opciones de nada en la Liga, fuera de Europa tras la triste eliminación ante el Salzburgo y después de un histórico ridículo copero. A Eusebio le devoró su propio personaje. Se pasó de fundamentalista en su propuesta, no supo virar, ser flexible y manchó una trayectoria que apuntaba muy alto en la Real. Además, se enrocó en aquello de no ofrecer entrevistas ni ruedas de prensa en verano, periodo en el que se necesitan más respuestas. Eso le alejó de los aficionados. Pero no hay peor vicio en el ser humano que la ingratitud y al pucelano hay mucho que agradecerle. Rescató a un equipo que Moyes había dejado un cuadro depresivo, sin juego ni autoestima. Le hizo jugar como los ángeles en un tramo de la campaña 2016/17 en el que era el mejor equipo de la Liga. Sólo hay que revisar los partidos ante el Atlético, el Barça o el Alavés en casa. Apostó por la cantera dando confianza a Oyarzabal y haciendo debutar a Zubeldia, Kevin, Odriozola o Bautista. Puso su sello en la Real e hizo disfrutar. Le imprimió su estigma, pero luego se quemó con él