Mejor lavarse las manos
omo es normal cuando el mundo se tiene que defender de una situación crítica y jamás vivida, la particular rutina del estado de alarma arroja momentos inimaginables. No tienen por qué ser aceptados como muy buenos o muy malos. Que ahora todo hay que juzgarlo al extremo, sin relativizar. Nadie en su sano juicio habría sido capaz de adivinar que algún día se tendría que presentar un certificado a la autoridad para ir a trabajar, cuando la eterna justificación siempre ha estado relacionada con la dejación de funciones. Todo es inquietante: el sonido de la radio en un autobús desierto, el desconocido silencio de las calles, un estornudo en cualquier momento, el aplastante dominio del móvil sobre las relaciones humanas...
La crisis del coronavirus saca a relucir el instinto de supervivencia de la civilización. Los supermercados ofician de clavo ardiendo abastecedor y de momento no hay problemas para seguir alimentándose. A partir de aquí, la sociedad se reparte indistintamente sus funciones para combatir el maldito bicho: un bingo entre el vecindario, una Marcha de San Sebastián desde el balcón para que el ambiente no decaiga, un barrio con aires de discoteca... Un aislamiento que no detiene la imparable tendencia de poner la intimidad en entredicho. Parece inevitable la tentación de enseñar al mundo todo lo que sucede en tu casa y una cuestión vital grabar un vídeo en tu millonaria terraza, con vistas a no sé qué paraíso. Si es necesario adaptarse a esto, mejor lavarse las manos ●