Sin toldos ni turistas

omo no abran las sociedades gastronómicas desde la semana que viene, el donostiarra auténtico está en peligro de caer en un profundo foso anímico. El otro día se enteró de que se suprimen los toldos de la playa. Tremendo varapalo. Menos mal que asoma la regeneración de la hostelería y que ésos que mandan estudian la apertura de los bares en un 50% de su aforo. La barra como clavo ardiendo ante la mayor hecatombe del verano: acceso limitado a la playa, presencia denegada en el toldo número 36 de la cuarta fila y prohibido tomar el sol y arreglar el mundo si la marea sube más de la cuenta en La Concha. A grandes males, grandes remedios en el Ayuntamiento. Se avecina un verano extremadamente extraño. Tampoco se esperan aglomeraciones de los turistas en una de las aceras del Puente del Kursaal, el Boulevard respirará sin tanto noruego de uno noventa y cinco y, atención, la industria clama ahora por el turismo local. Que los guipuzcoanos rescatemos al sector del atolladero, que eso de bucear en los delirios de grandeza no es posible ahora y que en el peor momento, los de casa, en un segundo plano en épocas de bonanza, son la tabla de salvación. Hablando de gente de aquí y de allá, los primeros estudios adelantan que en el fútbol también se aproximan los años de plomo y que el recurso de apelar a la cantera cotiza al alza. La teoría dice que la Real puede salir ganando por su espíritu de apostar por el producto autóctono. Y en esto que Januzaj juega más que Barrenetxea. No habrá toldos para debatir del tema. Bares, sí. Y encima sin turistas ●