El fútbol marchito
xiste cierta tendencia a creer que el arte procede de la inspiración, cuando hasta el más talentoso de los genios sabe que no hay don que resista inmarchitable el paso del tiempo si no está respaldado por la disciplina y el tesón diarios. El fútbol no cuenta con el prestigio cultural de otros virtuosismos pero requiere de una continuidad industrial, casi germánica, en la implantación de sus automatismos. Es mucho más común de lo que parece que, de un día para otro, sin saber por qué, una orquesta que sonaba de manera celestial pierda el hilo argumental de su sinfonía hasta parecer vulgar. Es lo que le ha sucedido a la Real, virulentamente golpeada por la crisis sanitaria. Es, junto al Getafe, el equipo al que peor le ha sentado el parón. No por haber sumado un punto sobre seis, que también, lo que ha sembrado el pánico entre los correligionarios del catastrofismo sino porque su fútbol parece marchito. Ni rastro de la vertiginosa propuesta que maravilló hasta marzo. Ahora es un equipo inocuo, previsible, lento, con esa posesión tan elevada en su porcentaje como desesperante por su nulo veneno. Los dos partidos tras la reanudación presentan la misma radiografía. Un rival que cede la iniciativa a los txuri urdin, que les espera, que les gana en agresividad en duelos y disputas y que presenta una presión mejor organizada y decidida que engulle a una tierna Real, incapaz de superarla. Ante Osasuna, hubo reacción. Ayer fue un desplome en toda regla, un desastre. Lo primero es restablecer el juego. Sin él, no habrá legitimidad para nada ●