La revancha, en otra ocasión
ue el derbi que había que ganar era el de La Cartuja lo sabían los dos equipos antes de empezar el partido de ayer en Anoeta. Los efectos derivados del triunfo de la Real, en todos los sentidos, estaban demasiado latentes todavía en la epidermis de ambas escuadras como para pensar en que el duelo de anoche tuviera unos tintes reivindicativos que, efectivamente, no los tuvo. En gran medida porque ambos equipos estaban para poco, especialmente la Real, muy castigada por las bajas y con un depósito muy en la reserva que le hizo jugar un partido en el que le costó reconocerse a sí misma. Bastante tuvo con sostenerse en algunos pasajes del mismo, con secuencias incluso de achique de balón, no tanto por el acoso de un Athletic muy impreciso con el esférico, como por una falta de energía que le quitó la voluntad y la personalidad para tener el balón. El empate siempre pareció un mal menor para la Real. Salvaguardaba su honor y representaba el valor de recuperar el puesto europeo. Incluso hasta cuando los cambios le dieron el único cuarto de hora en todo el partido en el que pareció poder ganar, dos chispazos de Januzaj no fueron suficientes y, además, el gol de Villalibre les puso contra las cuerdas. La gran virtud que tiene Roberto López, su golpeo y su relación con el gol, le ofreció a la Real un empate cuyo mayor valor es meter al equipo otra vez en puestos europeos de cara a la recta final. El pulso histórico entre Real y Athletic, la revancha, quedará para otra ocasión. Ayer no estaban para grandes cosas ●