Mundo Deportivo (Gipuzkoa)

Un seguro de vida para la WNBA

Acabada ya la carrera universita­ria de la mayor anotadora de la historia de la NCAA, llega la gran pregunta: ¿Será capaz Caitlin Clark de revitaliza­r el impacto mediático de la NBA femenina?

- Joan Justribó

aitin Clark es una muchacha de Des Moines, 22 años, 1,83 de estatura, que decidió no salir de su estado, Iowa, para ir a la universida­d. No le ha hecho falta para convertirs­e en el mayor mito de la historia del basket universita­rio femenino, un genio sobre la pista que acaba su ciclo en la NCAA como la mayor anotadora de la historia (y eso vale para hombres y mujeres), por delante incluso de Pete Maravich, al que ha arrebatado un récord que duraba más de medio siglo. En Estados Unidos es, hoy por hoy, difícil encontrar a alguien que no sepa quién es Caitlin Clark, protagonis­ta de un fenómeno mediático que ha arrasado en las audiencias televisiva­s y la ha convertido en un icono a pesar de la derrota de Iowa en la final ante South Carolina.

Bien, ya tenemos a Clark, una suerte de nuevo Larry Bird, un talento de la América profunda forjado entre el talento natural y la repetición obsesiva, convertida en la estrella de los triples imposibles, de penetracio­nes imparables y pases que solo ella puede ver. ¿Y ahora qué? En su horizonte, la WNBA. El 15 de abril, Clark será elegida número 1 del draft –nadie lo duda– por Indiana Fever –el estado en el que creció Larry Bird, curiosamen­te–, un equipo perdedor los siete últimos años y que lleva dos temporadas cazando al número 1 de la lotería. Clark, con la ayuda de Aliyah Boston, su predecesor­a en el draft, probableme­nte convertirá a las Fever en una franquicia ganadora, librará duelos con otra tiradora sublime, Sabrina Ionescu, y hasta desafiará a las Mercury de Taurasi y Griner. Pero en su mochila hay otro objetivo, lo quiera o no: impulsar a la NBA femenina y llevarla a niveles que no ha logrado alcanzar desde que la liga nació en 1997.

La WNBA es, por decirlo de una forma amable, escasa competenci­a no ya solo para la NBA, sino para la NCAA femenina, cuya audiencia en la Final Four ha superado incluso a la de la NCAA masculina, con más de 14 millones de espectador­es en la cadena ABC. Para la WNBA, los datos son mucho más modestos: 790.000 espectador­es de media y poco más de un millón en el minuto de oro de la pasada final.

Clark es el maná que espera la WNBA en su totalidad, y no solo Indiana Fever, que gracias a Caitlin ha doblado el precio de las entradas para el próximo curso, de 60 a 140 dólares, y ya ha recibido de la liga la confirmaci­ón de que 36 de sus 40 partidos serán televisado­s a escala nacional. “Su llegada será comparable a la de Tiger Woods a la PGA”, vaticina el jefe de marketing de la WNBA, Phil Cook.

En efecto, necesitan un ‘efecto Tiger’: el volumen de negocio de la NBA femenina es 50 veces menor que el de la masculina (200 millones de dólares por 10.000 millones) y su contrato televisivo, que expira en 2025, le reporta ‘solo’ 60 millones. La expectatit­iva es doblarlo, cuando menos, una vez negocien ya con Clark como imagen de una liga cuyos sueldos más altos rondan los 250.000 dólares, una cifra que obliga a muchas de las mejores jugadoras a compaginar la WNBA con el basket europeo *una vez acaba el verano

Con Clark, las audiencias de la NCAA multiplica­n por 15 las de la modesta WNBA

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Caitlin Clark cierra su carrera universita­ria en Iowa como un icono generacion­al y probableme­nte la única deportista capaz de cambiar el destino de la NBA femenina, una liga que lleva 30 años intentando, con desigual fortuna, crecer en el competitiv­o mercado del deporte profesiona­l americano
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FOTOS: LAPRESSE

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