Mundo Deportivo

Ruth Beitia, del barro a la gloria

- @gemmaherre­ro Gemma HERRERO

Es costumbre últimament­e banalizar el término histórico, pero cuando se trata de Ruth Beitia (Santander, 1979) es imposible eludirlo. Y lo es porque la saltadora es la primera mujer española en la historia del atletismo que ha logrado una medalla de oro en unos Juegos Olímpicos. Subcampeon­a del mundo, campeona de Europa, oro en Río, triunfador­a en la Diamond League por segundo año consecutiv­o, Premio Nacional del Deporte, elegida mejor atleta del año en Europa y firme candidata a mejor atleta mundial. Y todo, cuatro años después de anunciar su retirada de la competició­n, una decisión que sólo duró unos meses “por culpa de la lluvia”, como dice ella medio en broma.

Ruth Beitia admite estar en una nube, pero desde que ganó la medalla de oro en Río su vida sólo ha cambiado en un aspecto: “Santander es una ciudad muy cómoda para vivir, en diez minutos te plantas en cualquier sitio. Pues bien, ahora tengo que salir antes de casa porque tardo más en llegar a donde sea. Me paran por la calle, me felicitan, el cariño de la gente es impresiona­nte, me emocionan hasta las lágrimas, pero últimament­e llego tarde casi siempre”. La medalla, que se abolló nada más llegar a Santander después de que se le cayera en el tumulto, va con ella a todos sitios: “Por ahora no hago más que pasearla, así que la llevo en el coche porque voy a institucio­nes o a colegios, pero en el futuro estará en el Museo del Deporte de Santander porque nos pertenece a mi entrenador Ramón Torralbo y a mí al 50% y como no es cuestión de partirla, la dejaremos en el Museo”.

Torralbo la descubrió con 11 años

Ramón Torralbo fue el primero que vio que la hermana pequeña de José, al que entrenaba, tenía aptitudes para el salto de altura. Los padres de Ruth, José Luis y Aurora eran jueces de atletismo y sus cuatro hermanos lo practicaba­n. Ella empezó corriendo fondo y cross, hasta que con solo 11 años Torralbo le echó el ojo: “Me puso a saltar, lanzar, un poco de todo, me sacó del barro literalmen­te porque en el cross me ponía perdida, y vio que tenía tobillo. Yo no elegí el salto de altura, el salto de altura me eligió a mí”. En la escuela de Atletismo de Santander tuvo lugar un encuentro que la marcó: “Conocí a Javier Sotomayor, que era mi ídolo, lo sigue siendo y guardo como un tesoro su autógrafo en el que me decía que llegaría a ser una gran saltadora. Ahora somos amigos y siempre bromeo con él, ‘eso se lo dirías a todas”. La que da charlas ahora a los niños es ella y les cuenta cómo el deporte, los valores del deporte, le han servido en la vida: “No todos serán campeones, pero el esfuerzo, el sacrificio, saber ganar y perder, todo eso lo van a aprender gracias al deporte. Veo que me miran con una cara de admiración, con los ojos como platos y es precioso”.

De la noche que ganó el oro en Río recuerda sobre todo la emoción con la que recogió en el podio la medalla, pero no sólo eso: “Pasé el control antidopaje y terminé muy tarde, a las dos de la madrugada. El estadio estaba ya vacío y Ramón y yo salimos a la pista, él no la había podido pisar. Y miramos alrededor nuestro, los dos solos, y nos hicimos fotos y nos abrazamos. Llegué a la Villa Olímpica tardísimo, como a las tres de la madrugada y estaba en la habitación sola, porque mis compañeras ya se habían marchado el día anterior. ¡Era como la última en abandonar la casa de Gran Hermano, jajajaja! Y miré la medalla con la que tanto había soñado… Apenas pude dormir”.

Londres como principio y fin

En Londres 2012, en su tercera participac­ión en unos Juegos, se quedó a las puertas de la medalla; fue cuarta. Y decidió entonces, a sus 33 años, que era el momento de dejarlo. “Hice rafting, monté en moto, pero sobre todo patinaba… Hasta que empezó a llover y ya no podía. Y Ramón me sedujo, vente al club, entrénate un poco. Y me enredó otra vez. A partir de ese momento viví cada día de manera completame­nte diferente. Hasta entonces era como si llevara una mochila cargada de piedras a mi espalda, pero sentí, ya no que no hubiera piedras, sino que no había mochila. La felicidad con la que iba a entrenarme, la ilusión, la sensación de que la vida me daba una segunda oportunida­d. Esa fue la clave”, asegura.

Con 37 años ahora piensa sólo en el día a día, pero su objetivo vuelve a ser Londres, donde el próximo verano se disputará el Mundial: “Es la pista que me lo quitó todo y que también me lo ha dado todo. Fue el principio y el fin. Allí decidí retirarme y, sin embargo, fue también el comienzo del sueño de volver a competir en unos Juegos. Es un estadio simbólico para mí y espero llegar en las mejores condicione­s, que me sigan respetando las lesiones. Los sueños a veces se cumplen, como ya he demostrado, y yo pienso seguir soñando. ¿La retirada? El día que me levante por la mañana y me dé pereza ir a entrenarme. Hasta entonces, seguiré”

El encuentro de pequeña con Javier Sotomayor en la Escuela de Atletismo de Santander la marcó Ahora, Beitia sólo piensa en el día a día y en el Mundial de Londres 2017. La pista que se lo quitó y se lo dio todo

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FOTO: GETTY Es la primera mujer española en la historia del atletismo que ha logrado un oro en unos Juegos
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