Twitter sin odio ni haters
La red social me mantiene conectada para seguir al segundo el atropello mortal en Las Ramblas de Barcelona
Cuatro kilómetros de carretera comarcal, de esas que no entran en ningún plan de mejora, unen Ruyales del Agua con Lerma. Allí te haces mayor cuando eres capaz de ir en bicicleta sin ruedines y pescas cangrejos en el río. En el pueblo te independizas de tus padres protectores y miedosos, apenas paras en casa para pedir el bocadillo de nocilla, descubres la madrugada en la fuente charlando con tus primos, porque en el pueblo todos acaban siendo primos, en el pueblo el verano es libertad. El futbolín del único bar tiene los jugadores descoloridos y se habla más de la sequía que de fútbol.
Recorro los cuatro kilómetros cuando tengo que escribir. Mi refugio es el Parador Nacional de los Duques de Lerma y les aseguro que aquí se detiene el mundo a la vez que te conecta porque la cobertura telefónica es total (en el pueblo tienes que subir a la iglesia). Ayer fue la primera vez que sentí escalofríos en este patio con arcadas rehabilitado hace apenas catorce años. Escalofríos y un fuerte dolor en el corazón.
El primer aviso de un atropello mortal en Las Ramblas de Barcelona me llega vía Whatsapp en un chat de mujeres periodistas que habitualmente es divertido a la vez que reivindicativo y que se tiñó de negro en segundos. Del Whatsapp a Twitter, con las primeras alertas desde la web de Mundo Deportivo, la agencia Efe y la Policía Nacional. Llamadas urgentes a la familia que está en Barcelona, a Checho que pasea con su mujer embarazada ucraniana a la que le gusta enseñar Barcelona a su madre recién llegada.
El mensaje que hace llegar la Policía Nacional a través de Twitter en el que pide que por respeto a las víctimas y sus familiares, “NO compartas imágenes de heridos en el atropello de #Ramblas de Barcelona” me da tanta rabia, tanta pena, me hace dudar si seguir usando las redes sociales o borrar todas las aplicaciones porque si hay gente capaz de colgar imágenes por el morbo o el gusto de que sean retuiteadas es que nada vale la pena.
El teléfono no deja de sonar. Un buen amigo, el piragüista olímpico Javier Hernanz, pareja de Mireia Belmonte, es de los primeros en preguntarme si todos estamos bien, preocupado, preocupadísimo. Y mientras escribo se me nubla la vista por las lágrimas que caen, que siguen cayendo, lágrimas de impotencia, de rabia, de dolor.
Mi amiga Isabel San Sebastián bromeaba el otro día con mis ‘haters’ (ya los considero míos), esos trolls que utilizan twitter para insultar, manipular, crear campañas odiosas, amenazar, seres abominables porque corrompen, porque casi consiguen que dejes de tuitear para no tener que pasarte el día bloqueando. Llevaba dos días eliminando energúmenos que escriben desde cualquier parte del mundo, dos días pensando si vale la pena seguir en twitter o desconectarme del mundo, dejar de subir a Lerma para tener mejor cobertura y así dejar que mis ‘haters’ se aburran de mí y de los que más quiero. Porque estos cobardes, que suman decenas pero no son nadie, buscan la forma de hacerte daño. Sin piedad.
Menos mal que no he claudicado, sigo aquí, conectada a mi mundo barcelonés a través de Twitter, sabiendo de muchos de mis amigos a través de esta red social o de Instagram, sintiendo que mi corazón está en Las Ramblas aunque nosotros estemos lejos, en la tranquilidad de un pueblo que no les sirve a los asesinos para difundir su mensaje de odio. Me emociona cada mensaje de solidaridad, lloro con cada uno de ellos, me siento orgullosa de mi ciudad.
Me tiemblan los dedos, solo quiero regresar a la fuente para abrazar a mi hijo y después dejarle correr en libertad, esa libertad que nos quieren arrebatar. Bastardos